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Afuera el cielo se había puesto tan oscuro que ya parecía de noche. Se levantó un viento frío que me hizo arrepentirme de haber salido solamente con un pulóver. La gente se metía en sus respectivas casas como si un demonio los estuviera persiguiendo. Pero esa reacción no parecía exagerada. Desde hacía días que en la televisión estaban advirtiendo que ese fin de semana caería una tormenta de una violencia inusual, que amenazaba con batir todos los récords. Yo era de los que desconfiaban de los meteorólogos, porque solían errar en sus pronósticos con frecuencia. Pero parecía ser que por esta vez el equivocado era yo. El clima tan tétrico, con ese viento filoso y el cielo totalmente cubierto, no presagiaba cosas buenas precisamente.

               Pero aun así necesitaba salir un rato, a estirar las piernas, despejar un poco la cabeza, y tener un momento de soledad. De hecho, desde que me junté con Mafe, todos los días me urgía pasar un rato a solas, al menos una vez por día. La casa era muy grande, sí, pero Ellas ocupaban mucho espcio

               Además, ese fin de semana se dieron varias coincidencias llamativas. En primer lugar, Mafe se había ido a una feria del libro municipal en la provincia de San Luis. Yo, casualmente tenía franco —hacía años que no me tocaba franco un fin de semana completo, pero en esa época la empresa de seguridad en donde trabajaba empezaba a verse obligada a reducir las horas del personal—. Mi mujer era una escritora moderadamente reconocida en el ambiente literario de Buenos Aires, y a veces recibía invitaciones de distintas provincias para asistir y participar de eventos artísticos. Le había propuesto que fuéramos juntos. Pero me dijo que no, que sólo eran un par de días, y que seguramente me aburriría mucho, ya que tendría todo el tiempo actividades relacionadas con la literatura, cosa que a mí nunca me terminó por enganchar —y eso que hice muchos esfuerzos—. Además, me dijo que estaba intuyendo algo raro en sus hijas, así que prefería que me quedara en casa para asegurarme de que todo andaba bien.

               Así que me tocaba hacer de niñero de una chica que había dejado de ser niña hacía bastante tiempo.

               En el supermercado agarré un par de cervezas, que era lo único que hacía falta en la casa, ya que tanto la heladera como la alacena estaban repletas de comida. Caminé despacito hasta la casa. Las calles estaban ahora totalmente desiertas. Una gota helada me cayó en el cuello, y se metió por debajo de la ropa para luego deslizarse por la espalda, generándome escalofríos. Quizás era un presagio, pero en ese momento no lo pensé así.

No era la primera vez que Daniela me pescaba mientras la miraba indiscretamente. Y eso que desde hacía años que perdí la mala costumbre de mirar con lascivia a las mujeres atractivas —En realidad, fue una costumbre que me sacó una exnovia. Lo logró de una manera simple pero efectiva. Me dio vuelta la cara de un cachetazo cuando me descubrió mirándole el culo a una chica que pasaba por la vereda en minifalda—. Pero Calle no solo era una chica sexy. Ella estaba en otro nivel.

               Cuando todavía no vivía con ella, yo alquilaba una casa a apenas un kilómetro de ahí. En esos tiempos estaba soltero. Hubo una vez en la que salí a hacer las compras al mediodía. Cuando estuve a punto de entrar a mi casa, vi que se acercaba, caminando por la vereda, un grupo de tres chicas adolescentes que recién salía de la escuela. No era un grupo cualquiera. Como de costumbre, las chicas lindas solían juntarse con otras chicas lindas. Estas tres estupidas, usaban la pollera a cuadros del uniforme escolar lo más cortas que podían. Recuerdo que las tres estaban bien maquilladas y con peinados demasiado producidos, todas de piernas hermosas y culo parado. Pero había una en particular que destacaba entre ellas. Y esto no era poca cosa, ya que las otras dos eran el sueño sexual de cualquier hombre de treinta y tantos años, como lo era yo. Pero la tercera, que a juzgar por su manera de hablar y por su lenguaje corporal, era la líder, se destacaba entre las otras dos bellezas, y se destacaría estando al lado de cualquier otra hembra sensual. Tenía el pelo castaño lacio, suelto, un poco por debajo de los hombros y castaño. La corbata estaba desanudada, y la camisa tenía varios botones desabrochados, y aun así, parecía que los otros botones estaban a punto de salir disparados. Las enormes tetas de la adolescente parecían apenas contenidas por la prenda.

Mi odiosa hijastra Donde viven las historias. Descúbrelo ahora