Primera parte

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— Amo Azoolryam, despiértese —la tímida voz de la sirvienta fue un simple susurro dentro de la gran habitación.

La joven que tan sólo dos días atrás cumplió los dieciséis años entró tímidamente a la habitación, era su primer semana de trabajo.

Cómo pudo se dirigió a la mesa que yacía delante del pequeño balcón de la habitación y abrió las cortinas luego de dejar el desayuno de su amo sobre ella.

Con las manos temblorosas se acercó a la cama del joven y retiró las sábanas blancas de seda con sumo cuidado, pero su trabajo se vio interrumpido.

— Retírate —musitó el amo antes de tomar las sábanas y volver a cubrirse con ellas.

— No me es permitido hacerlo, amo —contestó la joven con el miedo latente en su aguda voz— Debe desayunar y dejar que lo bañe, hoy tienen una visita muy importante.

El joven amo no respondió, permaneció acostado con su mejilla sobre su almohada hasta que la respiración agitada de la sirvienta lo hizo molestar.

— Retírate —repitió con un tono de voz más exigente—, o deja de respirar.

Ante sus palabras, la sirvienta dio un respingo y retrocedió, su corazón comenzó a latir más rápido de lo normal al pensar que su amo le haría daño.

Darium no tenía eso en mente, lo único que quería era seguir durmiendo y no salir de su cuarto para servir de entretenimiento a la visita, mas no se lo diría a una simple sirvienta.

— Me temo que no puedo hacer ninguna de las dos —respondió la sirvienta al notar que nada sucedería, y con más seguridad retiró las sábanas del cuerpo de su amo.

El joven se quiso resistir, pero ella no se dejaría y las envolvió rápidamente en sus brazos, en ese momento sintió cómo su cuerpo se relajaba al tacto de la seda, algo que solo ocurriría una sóla vez en su vida.

Sus ojos se encontraron y tan rápido cómo lo hicieron, perdieron el contacto. Al final, esa inútil y silenciosa guerra la ganó la sirvienta que luego de un par de horas salió de la habitación con manos temblorosas.

•'•'•

Me muevo por los pasillos del castillo con las sombras persiguiendo mi figura, que se ve reflejada en los pisos. La reunión con los Duques de Axhiand será en pocos minutos, el corazón me late con fuerza, por primera vez en mucho tiempo puedo sentirlo.

Cierro los puños a los costados de mi cuerpo, plancho mis ropas con las manos y abro la puerta de inmediato. Un olor a pan recién hecho y vino de uvas me inunda.

— ¿Dónde estuviste metida todo el día? —pregunta Igareth con una voz estruendosa.

Me encojo sobre mí misma esperando una reprimenda, pero ésta no llega, y en lugar de eso, la gran cocina del castillo se hunde en un silencio sepulcral.

Abro los ojos poco a poco con mi cabeza inclinada mientras veo de reojo a la puerta, lo primero que veo son un par de botas de cuero acompañadas de un pantalón café. Anarzhian.

— Joven Anarzhian —se oye por el lugar.

Aún sabiendo que debo inclinarme ante la llegada del joven mi cuerpo no reacciona, mi respiración se atasca en mi garganta y vuelvo a cerrar los ojos.

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