A pesar de su especto y la condición de su cabello y manos, las doncellas del castillo no tardaron en su tarea de arreglar a la joven cocinera para que sirviera de mucama en la próxima reunión con los Duques.
Lo primero que hicieron luego de presentarse cada una fue propiciarle un largo baño con agua tibia para limpiar su piel sucia y luego de eso se encargaron de cortar y peinar su cabello para posteriormente vestirla con el uniforme negro y blanco de las mucamas que se sintió como una caricia a su piel.
La pequeña, pero bien arreglada y lujosa habitación parecía el cielo en comparación a sus aposentos, gracias a la iluminación proveniente de un gran ventanal con puertas de cristal que creaban arcoíris en el cielo pudo ver todos sus detalles. En el centro yacía una gran cama con sábanas blancas y rosadas que acompañaban las cortinas danzantes, los acabados del techo eran de un hermoso color dorado y los tocadores eran de madera blanca con cientos de productos que nunca había visto y no tendría la dicha de probar.
— Al señor no le gusta que sus mucamas usen maquillaje, dice que le proporciona un sabor rancio a la comida —le informó una de las doncellas, Catleya, la misma que se encargó de recibirla—. Pero si lo desea le puedo ofrecer mi tocado.
— No es necesario —respondió alarmada al verla acercar sus manos al tocado de perlas que reposaba sobre su cabello, no se podría dar la libertad de usar uno de esos, no había nacido para ello—. Agradezco mucho lo que han hecho por mí.
Y no era poco, a lo largo de sus años de vida nunca había sido merecedora de un baño cálido o ropas tan cómodas. Desde una esquina de la habitación donde se encontraba sentada sobre un pequeño banquito tenía un nudo en la garganta, pero no sabía si se trataba de tristeza o vergüenza por estar osando recibir ese trato.
Tenía miedo de que alguno de los habitantes la viera, pensara que había robado la ropa de una de las mucamas y fuera víctima de un castigo, de todas maneras, lo merecería. No pertenecía a ese lugar y estaba impaciente por volver a la cocina.
Luego de haber terminado su labor, una de las doncellas se encargó de dejarle en manos de un guardia y éste de dirigirla a la cocina, pero no aquella dónde se preparaba el pan, el vino o dónde se mataban a los ciervos, sino aquella dónde los cocineros reales se encargaban de preparar los platillos para la cena.
Pasaron de largo y el estómago de la joven rugió al oler los exquisitos platos que se estaban preparando, pero eso no hizo que quitara su atención del guardia que caminaba varios pasos delante de ella y la dejó en una habitación más pequeña dónde habían más jóvenes vestidas igual que ella.
— ¿Es usted la encargada de reemplazar a Amaira? —preguntó una de las chicas con una chispa de curiosidad en sus ojos rojos.
La joven dio un par de pasos hacia atrás y sostuvo el borde de su falda con ambas manos.
— Así es, señorita, me encuentro a su servicio —respondió por instinto, aunque no sabía si debía hacerlo, nunca había tratado directamente con una trabajador del castillo.
Lo siguiente que notó fueron un par de manos sobre su brazo que la jalaron hacia una puerta que permanecía cerrada, pero que no le causó curiosidad.
— Me presento, mi nombre es Zhendria —dijo la mucama en un susurro—, mire por esa ranura —pidió señalándola con una de sus manos.
Aanhyrah la observó con evidente confusión, pero la mucama que parecía lo suficientemente segura de lo que hacía repitió el gesto por lo que se vio obligada a obedecer, lo siguiente que hizo fue cubrir su boca por la impresión de lo que acababa de ver.
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Darium
FantasyPRÓXIMAMENTE La queja de un príncipe enamorado y la carga de pertenecer a nada ni nadie... #635 - colores #333 - castillos