Tercera parte

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Aquel furtivo encuentro con un habitante de la casa me persiguió por semanas, los recurrentes pensamientos del castigo que me esperaba a causa de los deslices me atormentó hasta en mis sueños. Todos mis pensamientos giraban en torno a eso. 

Luego de que las puertas se cerraron con estrepito volví a mi posición de anterior pocos segundos antes de que Catleya apareciera nuevamente por la puerta, su expresión de horror se suavizó al verme y fue reemplazada por una pequeña sonrisa. 

— Me alegra que hayas permanecido ahí —fue lo único que dijo antes de tomarme de la mano y dirigirme a otra parte del castillo que no conocía en absoluto. 

Durante los siguientes días mi vida volvió completamente a la normalidad, seguí durmiendo junto a las demás cocineras, preparando los productos para la despensa de la cocina y no volví a saber de las mucamas con las que trabajé ese día, mucho menos del joven Anarzhian.

La única dificultad que tuve fue desprenderme de las cómodas ropas de las mucamas para volver a usar un vestido azul que no me protegía lo suficiente del frío que hacía en los pisos bajos del castillo. 

No escapé de las miradas curiosas y hasta amenazantes de algunas cocineras, mas ninguna de ellas se atrevió a preguntarme algo sobre aquel día, estaba prohibido que lo hicieran, así que ese pequeño y encantador capítulo de mi vida se vio olvidado como si hubiera sido un sueño. 


Aprovecho el pequeño momento de descanso que me otorga el medio día para sentarme en una esquina de la cocina y masajear mis manos parsimoniosamente. El invierno se acerca cada vez más al reino por lo que el trabajo en la cocina se ha duplicado haciendo que mis manos y pies sufran cada día como si trabajara por todos los agricultores. 

No me quejo, aparte de los trabajos que tengo en la cocina lo único que hago en mis días es sentarme a observar el débil fuego de la chimenea o ver las hojas de los árboles caer por una pequeña ventana de nuestra habitación. Pero el sueño de algún día tener la oportunidad de salir de estas paredes, aunque sea con la intención de dar un paseo furtivo por el jardín del castillo es algo en lo que no puedo gastar mis pensamientos, en lugar de eso debo pensar en la forma de hacer mejor mi trabajo con la entrada del invierno. 

La preparación del pan y el vino es un trabajo de días en que no se puede cometer ningún error, por eso, cada vez que a mi mente llegan esos ensueños de una vida diferente, me castigo a mí misma con un pellizco en los muslos, gracias a mi falda nadie más lo puede ver. 

— Aanhyrah —una voz conocida me saca de mis pensamientos, dejo de masajear mis manos y alzo un poco la mirada hacia quien me hablaba— ¿Se quedará aquí a dormir? —pregunta Amaranta en un susurro. 

Veo a mi alrededor para darme cuenta que se ha hecho de noche una vez más. Un peso se instala en mi pecho mientras me levanto y comienzo a caminar a un lado de la chica, nuestra habitación está a pocos metros de la cocina, conozco el camino de memoria por lo que no es necesario alzar mi mirada. Al estar frente a la puerta de madera estiro la mano para abrirla, pero Amarante me detiene y me jala hacia un rincón oscuro. 

— Ha estado muy distraída durante los últimos días, Aanhyrah —dice en un susurro mientras me mira a los ojos con preocupación en su rostro— ¿Sucedió algo aquel día? Si es así no tema en decírmelo, no le contaré a nadie...

Miro a la chica con perplejidad, sus palabras me desconciertan por completo, no entiendo a lo que se refiere ni porqué trae el tema a la luz. Ni siquiera yo lo recordaba ya. 

— Deténgase —musito con el corazón en la mano—. Recuerde que no podemos hablar de estas cosas, si nos descubren nos castigarán sin comida. 

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