A la mañana siguiente Aanhyrah se levantó mucho más temprano que las demás cocineras en la habitación. Por una extraña razón el sueño abandonó su cuerpo y abrió los ojos en el preciso momento en que Amaranta se levantaba de su cama lentamente, guiándose únicamente por la luz de la luna.
Permaneció en su lugar sin moverse en lo absoluto mientras la otra joven se dirigía a la puerta de la habitación caminando de puntas sobre la madera helada y abría la puerta poco a poco mientras vigilaba que nadie la estuviera viendo. Cuando fijó su mirada en Aanhyrah, esta cerró los ojos para abrirlos luego de un par de segundos para ver como Amaranta salía de la habitación, pero lo que llamó su atención fue la llama de una antorcha que parecía ser sostenida por un guardia.
Pasó saliva, si alguna de las cocineras mayores se llegara a enterar de lo que estaba haciendo podrían encerrarla por una semana sin comida; tener algún tipo de relación con otros trabajadores estaba prohibido, la última vez que una joven lo hizo y fue descubierta, el señor de la casa mandó a exiliarla. Aanhyrah hizo una línea con los labios mientras retiraba su sabana, estaba dispuesta a ir hacia ella para pedirle que volviera a su cama.
Pero antes que pudiera hacerlo, alguien más se levantó, era Igareth, al igual que la joven la vio dirigirse hacia la puerta, pero esta vez para pegarse a ella y escuchar la conversación entre Amaranta y ese misterioso hombre, la miró atenta hasta que volvió a su cama pocos minutos antes de que la joven lo hiciera.
Al estar la habitación devuelta a la normalidad un sueño pesado la comenzó a atrapar, hizo todo lo posible para no dormir, en pocos minutos debía volver al trabajo y no quería tener problemas con Igareth.
— ¡Despierten! —vociferó la mujer, como todas las mañanas.
Aanhyrah le hizo caso como de costumbre, peinó su cabello, organizó la cama hasta que quedó impecable, se dirigió a la salida de la habitación, pero la mujer se atravesó en su camino con una mirada altiva.
— Tú, vas a la lavandería hoy —dijo con tranquilidad antes de tomarla del brazo para hacerla caminar hacia el lado contrario de la cocina.
— No lo entiendo, ¿He hecho algo malo? —preguntó, confundida mientras trataba de seguirle el paso.
Miró sobre su hombro buscando una respuesta de las demás, pero todas se limitaron a bajar sus rostros. Al fijar su mirada en Amaranta, ésta parecía afligida y sorprendida al mismo tiempo.
— No haz hecho nada bien, ese es el problema —respondió la mujer apretando más su agarre—, estarás aquí una semana hasta que aprendas a hacer las cosas bien.
La hizo entrar al pequeño cuarto repleto de humedad donde lavaban sus ropas, estaba vacío y la empujó hacia la pila de ropas que se alzaba sobre una mesa.
— Estarás aquí hasta que termines de lavar todo —dictaminó antes de cerrar la puerta.
La joven trató de salir, mas se encontró con que estaba encarrada y no le quedaba más que lavar todas las ropas. Volteó hacia la mesa, quiso llorar al ver la cantidad de vestidos, faldas, mandiles que yacían ahí, pero apretó los puños a sus costados y recogió su cabello para comenzar con su labor. Comenzó separando las prendas, tomando agua con los cuencos a su lado y enjabonándolas antes de comenzar a tallar ignorando el dolor que comenzó a propagarse por las articulaciones de sus manos.
Por otra parte, cuando Igareth volvió a la habitación se encontró con un par de rostros perplejos.
— ¿Qué esperan? —preguntó con amargura, tratando de ocultar una sonrisa— ¡A sus labores señoritas!

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Darium
FantasíaPRÓXIMAMENTE La queja de un príncipe enamorado y la carga de pertenecer a nada ni nadie... #635 - colores #333 - castillos