Febrero

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La noche se iluminaba en el fondo, sin ruido, entre la avalancha de nube que poco a poco se deshacía entre la oscuridad. El toldo nos guarecía de las primeras gotas, la Quilmes transpiraba sobre la mesa, junto a mi bolso. El que nos atiende, cuando nos trae el maní, nos dice que le disculpemos la facha, que a él no le tocaba laburar hoy, que el mozo se cayó de la moto y que él estaba de franco, pero ahí, y bueno que lo engancharon. Lleva una campera de San Lorenzo de Almagro, su compañero un chaleco de cuero con una calavera de agrupación motoquera.

Los gansos salen de la laguna, mansos, acostumbrados a las manos que se les brindan siempre: pan duro, galletitas, y pronto el borde de la pizza, que aún tibia arranco para distribuirlo equitativamente en tres.  Los gansos son confianzudos, se acercan demasiado, como perros esperando que se caiga algo, pero sin permitir el contacto, me rodean y seguimos charlando. 

Mientas comemos los observamos, el reborde rojo sobre los ojos nos llama la atención, están tan próximos que es posible examinarlos con detenimiento. Llega más gente, se sienta cerca, pero no debajo del toldo;  las gotas parecieran haberse evaporado, sin embargo  un deseo profundo anhela que el cielo estalle en repiqueteos infinitos. Los patos se distraen, giran hacia los nuevos comensales. 

Nos guarecemos bajo el toldo, la pizza se enfría, los ganzos comienzan a desaparecer, la cerveza vacía.

 Las migajas de la cena posiblemente sean, por la mañana,  el desayuno para un nuevo grupo de aves, ¿serán los mismos tres ganzos o habrá gorriones madrugadores que se deleiten con el banquete? 




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⏰ Última actualización: Jun 24, 2015 ⏰

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