El error

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Capítulo 8 


Rebecca tomó una de las batas blancas de baño que descansaban en una de las mesas de estar de aquella habitación de hotel. Caminó de un lado a otro, de arriba abajo en ese diminuto espacio, que era amplio, pero sus metros cuadrados le estaban quedando pequeños, las paredes iban reduciéndose como si fueran a tragársela y exactamente era lo que deseaba, hasta que la inercia de su propio andar la obligó a detenerse, se detuvo en la puerta del baño, intentó abrir, pero no pudo. Freen había pasado el pestillo por dentro y no era una opción para la chica de cabello moreno enfrentar a Rebecca, no podía responsabilizarse de lo que había causado, no era justo confundir a Becky, ni arrastrarla al drama que suponía ser su vida en esos momentos, además acababa de conocerla y ese era parte del problema, tenía demasiado miedo a darse la oportunidad de conocer a alguien.

Rebecca llamó, una, dos, tres veces, sin obtener respuesta, se vio en la disyuntiva de creerse una canalla, condenó a su ego sin pensar si quiera que para que un beso como ese ocurriera, se necesitaban dos personas dispuestas. Pero no, su cerebro prefirió castigarla y culparse por el atrevimiento de traspasar un límite cuando Freen lo que necesitaba era que la escucharan, no que la presionaran. Se acomodó de espalda a la puerta de la que se convertiría en un guardia de seguridad toda la noche si era necesario, se sentó abrazada a sus rodillas mientras que un leve golpe con la parte trasera de su cabeza hizo sonar una vez más la puerta.

Silencio, eso era lo único que se escuchaba, era molesto, mucho. Pero ninguna de las dos sabía qué hacer. Freen se debatió entre, abrir o no, escuchó a Rebecca y su inminente insistencia. ¿Qué sucedió? Se repetía como si la respuesta fuera a llegar por arte de magia. Lo único que se le ocurría era que deseó ese beso desde el día antes cuando Rebecca la había besado para callarla delante de todos en la cena, y no se repitió hasta esa noche; solo que esta vez Freen si lo había hecho consciente de lo que sus sentidos y su cuerpo deseaban, pero no podía, tenía demasiado miedo y cargaba un peso tan insoportable que no se creía capaz de permitirse ni sentir, ni confiar otra vez en alguien. Se observó en el espejo que le quedó justo al frente, ese espejo que tanto le recordaba lo impotente y fracasada que se percibía. Había fallado en tantas cosas, que en ocasiones sentía lastima por ella misma, odiaba tanto esa lástima como a quienes la habían llevado a sentirse tan pequeña, no quería que siguiera ocurriendo pero habían sido demasiados años siendo lastimada, maltratada, haciéndola sentir una inservible en el plano personal, usándola de la peor manera. Su autoestima era lo mismo que una hoja seca caída de un árbol siendo llevada por el viento a cualquier sitio donde podía ser pisoteada, barrida como basura, tirada sin importarle a nadie. Entre Faye y su familia habían hecho de ella un juguete desgastado por el tiempo, usado a su caprichosos antojos, no merecía todo lo que le habían hecho pasar una y otra vez. Amenazas cuando intentó separarse, cuentas congeladas, inversores perdidos por chantajes de la manera más cínica. Necesitaban una niñera para su hija, que controlara no rompiera todo en sus berrinches y que a la vez pudieran lucir como un maravilloso premio. Pero no más, había dejado esa vida atrás, ya era momento de hacer algo con esos sentimientos que tanto la llevaban a ser alguien que no le agradaba, no podía continuar odiándose por existir.

Se escuchó un grito acompañado de dos golpe a ese espejo que seguía repitiéndole lo que no quería escuchar, necesitaba callarlo de alguna manera, porque no lo aguantaba ni un segundo más, romperlo con su puño derecho fue la única alternativa que encontró. Se quejó del dolor, unas gotas de sangre salían de su mano manchando todo el lugar, volvió a mirar el espejo hecho añicos y esta vez su reflejo se dividía en tantos fragmentos que se vió como realmente se sentía, tan quebrada que era irreconocible hasta para ella misma, se desbordó de un llanto incontenible que trató de controlar pero no le era posible.

El estruendo alarmó a Rebecca que se levantó del suelo asustada, tocó con desesperación la puerta.

─Freen─ llamó con insistencia, la joven no respondía, solo se escuchaban quejidos de dolor. ─Freen abre la maldita puerta, porque te juro que voy a tirarla abajo─ Becky empujó varias veces el pomo de la puerta para forzarla, ninguna respuesta. Rebecca no iba a esperar más, aunque se rompiera una clavícula la abriría. Estruendosos golpes comenzaron a escucharse, empujaba con fuerza una y otra vez, el seguro se movió, algo empezaba a romperse, el cierre iba cediendo a las embestidas acompañadas de gruñidos.

Freen reaccionó de su letargo, percatándose que Becky no se detendría, una vez más pensó en terceros, si escuchaban los ruidos desde fuera, harían subir a seguridad y no estaba en condiciones de dar explicaciones, no en ese momento, ya habría tiempo para aclarar el desastre que había ocasionado.

Esposa por Negocio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora