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Choose your last words, this is the last time. Cause you and I, we were born to die.

Te retumbaba la cabeza, apretaste los ojos para que la luz que se colaba por la ventana justo a un lado de ti no te cegara, antes de abrir los ojos suspiraste, notando una franja de sol en tus párpados, sentías un pequeño ruido agudo en tus oídos, un pitido. Sobaste tú cabeza con un pequeño dolor en tus cienes, estabas desubicada, hasta que viste la espalda desnuda de un hombre a un lado de ti, durmiendo placenteramente, mientras su cabello negro se derramaba por la almohada.

—¿Hay alguien allí?, necesito que salgan.

Una voz masculina llamó la puerta, mandando un dolor intenso a tú cabeza por la resaca.

— Que vergüenza, joder... —Te cubriste hasta la cabeza, como si eso te ocultara y te teletransportaba a tú cama —. Despierta.

Alargaste un brazo para despertarlo, tocando su espalda y empujando con tus dedos su piel, pero él parecía muy tranquilo entre sueños.

—Mierda, que fastidio. — Respondió él con voz grave, girandose para dejar la espalda contra el colchón, frotándose los ojos muy lentamente —. Ya voy.

Carraspeo y se sentó sobre la cama para quitarse la manta que le cubría el cuerpo, seguía desnudo debajo de ellas, y relamiste tus labios cuando se levantó mostrando toda su espalda, tal vez bajaste un poco tú mirada, pero no duró mucho ya que su bóxer tapo la buena vista.

—Si me miras así pensaré que necesitas otro polvo. — Eso te hizo fruncir el ceño, te cubriste con la sabana jalandola —. Ya te vi.

—No abuses de tú buena suerte. — miraste a tú lado, viendo la hora en un reloj justo a un lado de la cama —. Mierda.

Te levantaste demasiado rápido para tú gusto, mareandote un poco mientras buscabas tú ropa.

—¿Qué hora es? — Preguntó, con sus labios fruncido y su vista en un celular que no parecía encender —.

— Las siente y cincuenta. — Eso parecio alarmarlo, porque al tirar su celular en la cama empezó abotonar su camisa mucho más rápido —. Debo irme.

—Creo que ambos debemos hacerlo.

Su voz antipática no era ayuda para tú humor, te arrodillaste aún con la sabana cubriendote para localizar tú sujetador debajo de la cama, y lo colocaste en tú cuerpo muy rápido, deslizando el vestido por tú cabeza dejando que se amoldara a tú cuerpo, y mientras volvías a colocarte los tacones que solo te quitaste cuando fuiste a dormir, sentiste un ruido conocido, volteaste tú cabeza encontrando tú celular vibrar encima de un abrigo, carraspeaste antes de responder.

—¿Hola?

—¿Hola? — La otra voz sonaba muy ofendida —. ¿Dónde estás? ¿Sabes la hora qué es?

Lo sabías, el hombre acomodaba su cabello, levantando el abrigo del suelo para dirigirse a la puerta, abriendola, encontrando a los chicos que parecían agotados de tocar frenéticamente la puerta.

— Derribala para la próxima. — Gruñó, estaba recostado sobre el umbral sin dejar ver hacia adentro, volviste a concentrarte en la llamada—. Estoy solo.

—Eh... ¿Las ocho?

las ocho. —Te imitó, con tú acento y todo, cosa que hacía realmente mal —. ¡Llegarás tarde, joder!

—Rose, no discutiré contigo a las ocho de la mañana. —Repondiste, apoyando el celular entre tú hombro y tú oreja para caminar a la puerta —. Déjame la tarea de la primera hora, llegaré fijo a la segunda clase.

Poesía de dulces mentiras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora