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When you know, you know.

—Ey. —Te llamó Regulus cuando llegó a la puerta, recostandose en el umbral, masticando un par de galletas que habías hecho —. ¿A que hora regresas?

—No sé, no preguntes. —Gruñiste mirándote al espejo, acercándote para ver si el delineado había quedado perfecto —. ¿No tienes cosas que hacer?

—¿cómo preguntarle a mi hija si llegará al menos hoy?, porque si piensas hacer algo...

—¡No! —Te giraste a verlo, tus mejilla se encendieron ante la suposición de tú padre —. Somos amigos.

—Tú madre y yo también lo eramos. ¿Y qué crees? —Te señaló, tomaste tú bolso—.

-Si, si, pero es diferente entre él y yo.

-¿En qué?

Mechones de su cabello negro se escurrian por su frente, estaba algo desaliñado, siempre tenias que estar pendiente de él, era como pequeño crío, caminaste hacia él arreglando su cabello hacia atrás, peinandolo.

—Papá, somos amigos.

—Bien, vamos a creerlo.

—Nunca te he mentido. —Frunciste los labios, pasaste por su lado y bajaste las escaleras mirando tú celular para verificar la hora, como si te hubiese leído la mente te llegó un mensaje —. Esta aquí.

—Hablaré con él. — Sacudió sus manos para dejar el resto de galletas sobre una mesa y caminar hacia la puerta de la casa, alarmada tomaste su brazo —. ¿Qué?

—¿Estas demente?, quiero que te quedes aquí.

—Pero... ¿Quién te crees? ¡soy tú padre!

—Cuando te conviene, ahora ve a sentarte a comer o algo.

Dudaste pero a la final solo te acercaste a dejar un beso en su mejilla que se manchó por tú labial. Tenía un ligero olor a galletas y perfume, te apartaste para salir de la casa, donde Hugo salía esperándote afuera con una sonrisa.

—¿Y el señor Black?

—No te atrevas a preguntar por él.

Hugo levantó sus manos en señal de rendición cuando lo señalaste bajando una pequeña escalera, abrió la puerta del carro.

—¿Vamos?

—Si.

*********

Cruzaste al pequeño camino que indicaba la entrada, llenando el lugar con el ruido de sus zapatos en el recibidor. Ese olor a viejo y a libros hizo que te dieran ganas de estornudar, más por el polvo, pasaste con tranquilidad por los pasillos cubiertos por dos grandes libreros llenos de libros. Buscabas justo los de tú clase, necesitabas estudiar para los exámenes.

Tomaste algunos apretandolos contra tú pecho, al tomar todos fuiste hasta una de las mesas, habían susurro de otros estudiantes en sus mesas, te sentaste dejando la bandolera sobre la mesa, y sacando tú bufanda ya que la calefacción de la bliboteca no dejaba que el frío calmara en ti.

Una bombilla color ámbar cálida se posaba en una lámpara a un lado de ti, alumbrando tú lectura y tus estudios.

—¿Tienes exámenes? —Un voz te hizo levantar la vista de tú libro, encontrandote con uno de los profesores, de piel negra y ojos del mismo color, sonreíste —.

—Creo que los libros me delataron. —Soltaste una pequeña risa que él te siguió -. Justamente estudio para su asignatura profesor Zabini.

Poesía de dulces mentiras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora