Nunca había visto a la presidenta estar tan tranquila. Durante toda la tarde, Yaoyorozu observó cómo llevabas a la niña en brazos, cuidándola con una ternura que parecía haber florecido repentinamente en ti. La niña, exhausta por el llanto y el miedo, finalmente se durmió en tus brazos, y en ese momento, la mirada que tenías expresaba una mezcla de ternura y determinación, como si estuvieras dispuesta a sembrar nuevamente las semillas de la paternidad que alguna vez creíste perdidas, con la esperanza de verlas florecer.
Durante esas horas, en las que la niña dormía pacíficamente en tus brazos, los pensamientos parecieron detenerse. Todo lo demás quedó en segundo plano, y solo existía la calma y el olvido, como si el universo entero se hubiera detenido para permitir este momento de paz.
Yaoyorozu, con una sonrisa nerviosa, rompió el silencio con una pregunta inesperada:
—¿Te gustaría adoptarla? —sus mejillas se tiñeron de un ligero rubor ante la audacia de su proposición.
Te sorprendió su pregunta, pero cuando dirigiste tu mirada hacia ella, encontraste un brillo de esperanza en sus ojos.
—Digo... Yo... Estaba pensando que tal vez podríamos adoptarla juntas. Además, parece que ella ya te ha elegido, y si decides hacerlo, podría encargarme de todo el papeleo hoy mismo. Podría estar en casa antes de que regreses.
Tus emociones se agitaron dentro de ti, luchando entre el deseo de aceptar y las dudas que aún te embargaban.
—No creo que yo pueda cuidar de esta niña. No estoy lo suficientemente bien para ella —murmuraste, aunque en lo más profundo de tu corazón, sentías una conexión inexplicable con la niña y el deseo de hacer lo correcto.
Yaoyorozu suspiró, pero su determinación no se debilitó.
—Si tú no la adoptas, entonces lo haré yo —declaró con firmeza, su voz resonando con una determinación que te sorprendió.
—Pero ni siquiera tienes tiempo para cuidar de ella —respondiste, consciente de las limitaciones de su apretada agenda.
—Entonces renunciaré a mi trabajo y encontraré otro que me permita criar a esta niña. Porque, en este momento, no puedo imaginar dejarla sola —añadió con una determinación que te conmovió profundamente, haciéndote reflexionar sobre las implicaciones de su decisión y sobre lo que significaría para ti si se marchara y no volviera.
Al notar el nudo en la garganta entre ustedes, Yaoyorozu sintió que si no decía lo que llevaba dentro, ese nudo nunca se desataría, y así, con el corazón en la mano y los ojos llenos de determinación, decidió romper el silencio.
—Sé que no es el momento adecuado... que aún no estás bien, que sigues pensando en tu esposa, que no soy mejor que ella ni nunca podré ocupar su lugar en tu corazón... Posiblemente, nunca me ames como la amabas a ella... Pero quiero intentarlo. Quiero que lo intentemos. Hay algo en mí que dice que podemos hacerlo...
Antes de que pudiera terminar, la interrumpiste con un tono de voz sereno pero cargado de pesar.
—Yaoyorozu... No puedo. Ya no queda nada en mí, solo un cascarón vacío... En realidad, solo quería cumplir con la misión de mi esposa y luego morir. No me siento bien, y llorar no me ayuda a sanar. Amar solo me hiere más. Quisiera poder amarte, pero no puedo... Tampoco puedo llorar por no amarte. No puedo protegerte, ni siquiera puedo decirte palabras bonitas sin sentir que se las estoy diciendo a ella. Quisiera llevarte a un lugar nuevo, pero en todos los lugares a los que pienso llevarnos, también estuve con ella. Ya no tengo más que dar, no puedo darte más de lo que ya le di a quien ha muerto...
Sus palabras resonaron en el aire, dejando un silencio denso y pesado entre ustedes. Era un momento de claridad y honestidad dolorosa, donde la verdad se enfrentaba a la esperanza, y el futuro parecía oscuro e incierto.
Fue el terrible rechazo, o tal vez el hecho de que podrías haberla ayudado, lo que te dejó aturdida. Nunca antes habías visto a alguien tan decidido a rendirse ante la vida.
—Eres... cruel —su voz se quebró en un susurro, y ella se abrazó a sí misma, ocultando el dolor que la consumía.
...
Después de esa última conversación, Yaoyorozu lloró en silencio durante unos minutos antes de marcharse sin mirarte a la cara una vez más. Pasaron unos minutos antes de que te decidieras a dejar a la niña al cuidado de las hermanas y regresar a casa. Yaoyorozu no volvió, y en tu mente, era lo mejor; no querías que ella insistiera.
...
—Mira qué bonita princesa, la princesa del presidente —apenas escuchó esas palabras como si vinieran de muy lejos, el hombre que las decía parecía una sombra en la penumbra.
No podía ver nada, solo sentía el frío que tocaba su piel desnuda en el suelo áspero. Tampoco podía hablar.
—Las omegas siempre fueron mis favoritas. Tienen un olor... —decía al oler el hombro de Yaoyorozu y apretar con su desagradable mano su seno—. Adictivo.
Ella emitió un sonido de temor y desagrado.
—No lo tomes a mal, cariño. Aquí ninguno es gentil, y posiblemente duela mucho, pero tranquila, al final del camino, ya no sentirás más nada.
Aquella frase solo aumentó el miedo que la invadía.
—Deja de hacer esto, es desagradable. Tu trabajo es solo deshacerte de ella, no abusar de ella entre varios —otra voz se sumó a la conversación.
—Aburrido...
Ambos hombres se alejaron, dejando a la joven desprotegida en medio de la oscuridad y el miedo que la rodeaba.
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𝐋𝐀 𝐎𝐌𝐄𝐆𝐀 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐏𝐑𝐄𝐒𝐈𝐃𝐄𝐍𝐓𝐀
FanfictionEsta historia no se encuentra corregida, por tanto los capítulos pueden estar propenso a ediciones de ortografía y gramática para comprender mejor la trama. ... En un mundo regido por el subgénero de omegaverse, ____ Hayashi, una alfa de extraordina...