𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑽𝑰

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La última vez que viaje a Moscú fue para una competencia de Ballet la cual perdí a causa de una lesión vieja que llevaba en el pie, y como consecuencia mi madre y yo nos distanciamos hasta el dia de hoy. 

Mi cabeza se sentía tonta, revuelta. Sentía punzadas muy fuertes y de la nada, mi cuerpo y rostro estaba dormido y mi poco sentido común estaba de pie. El señor que antes vino a ofrecerme agua (claramente no podía tomarla porque tenía las manos atadas) desapareció como era de esperar. Para cuando estaba un poco más lúcida, mire hacia los lados y me di cuenta donde estaba: un avión un poco más pequeño, "privado" se podría decir. Tenía tan solo cuatro mesas ratonas con sillones en forma de asiento cada una, lleno de ventanas pequeñas y un olor como a auto nuevo invadía el lugar. 

No negaré que me asuste aun mas, la situación no podía ser mas bizarra y eso era preocupante, para resumir y no minimizar: estaba secuestrada. Cometí tantas equivocaciones en la vida, que lo tengo más que merecido, hasta diría que la muerte me tendría que estar esperando ansiosa, o mas bien yo la espero ansiosa a ella. A pesar de eso, me permití llorar, no había nada que hacer, y para colmo, no son personas que no conozco en lo absoluto, Caesar estuvo enfrente de mi como si esto fuese parte de su día a día. Por momentos en mi cabeza pasaban cosas como "debe ser un psicópata", "debe sufrir trastorno bipolar", "de seguro salió recientemente de un hospital", tantas situaciones que marcaran que es un hombre mentalmente enfermo. Si tuviera un teléfono aquí mismo y no estuviese en las alturas, no dudaría en llamar a la policía. 

Presentía un calambre en mi brazo izquierdo tras estar de la misma posición con las sogas desde rato largo, ahora que lo pienso, ¿hace cuanto tiempo estuve aquí?. No recuerdo la hora de la que salí del hotel, y tampoco la hora donde... ustedes ya saben, donde literalmente me clavo un puñal por la espalda, ¿es irónico, cierto? Ni siquiera he confiado en el por completo y miren donde estoy, atada de manos y con una herida de una apuñalada. Aunque, no tengo derecho en quejarme, me permití tocar por sus manos y caricias inofensivas, no obstante no fue sexo ni tampoco hubo un beso de por medio de nosotros dos: igualmente, no negare que esa noche mataba por haberme acercado a sus labios y unirnos en nuestra totalidad, pero seria perverso.

Su cuerpo, voz, presencia y temperatura corporal eran unas de las cosas más siniestras que habitaba este mundo, y lo note en una sola noche, con un simple choque que le podría ocurrir a cualquiera y con acciones tan amables que terminaron siendo todo lo contrario. Quizá, quiera ser una mujer fuerte o demostrárselo a los demás, pero yo realmente le tenia miedo a este hombre.

Despistada en mis pensamientos tan mezclados, buscando la claridad, oí como aquella puerta corrediza que dividía una parte del avión con la otra, se abríase estremecedora presencia piso el lugar, su gran cuerpo se acerco al mío pero sin mirarme a los ojos, una de sus manos fue apoyada en mi espalda con suavidad mientras levemente me empujaba hacia adelante obligando a que me incline, absorta en una especie de drogas tan solo lo miraba, sentí una de sus manos acariciando mis muñecas, lo note concentrado en todo momento que no parecia estar consiente de la linea temporal en la que estaba. Sentí como mis manos eran aliviadas, la soga callo al suelo y me reacomode en el asiento, embobada, vi como se acercaba a una maleta que había en unos de los asientos de al lado, vi como quitaba un pequeño bote color blanco, cerro la maleta y se volvió a acercar; se arrodillo delante mío.

Abrió el pequeño frasco, dejo su respectiva tapa encima de la mesa ratona y tomo con delicadeza uno de mis antebrazos obligándome a posicionarla sobre mi pierna. Con tres de sus dedos, unto crema en mis brazos rojos por el roce fuerte de la soga con la que el mismo me tenia atada. Parecía mentira, pero era tan bello, la paz y disturbios eran sus características que lo describían la perfección: te lastimaba, de seguro rogabas por tratar de zafar de ese agarre pero en la manera en la que te consolaba, era el sueño de cualquier mujer enamoradiza como yo. Su estabilidad no era su fuerte, eso lo se desde el primer día, pero el balance que proporcionaban sus ojos de cristal, eran disculpas suficientes para sus atrocidades.

Desdicha Aventura; Débil CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora