Capítulo 1 (Robert) - Las fraguas de la vida.

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Era un hermoso día afuera, los pájaros cantaban de forma suave pues el clima de la mañana aún estaba gélido, las flores probablemente estaban estirándose y Kennet, mi hermano, debería estar ardiendo en el infierno.

Yo dormía plácidamente en una cama bastante elevada del suelo (debías acceder a ella con una pequeña escalera), eran probablemente las 7:00 de la mañana, una hora a la cual ni loco me hubiera levantado comúnmente (No soy exactamente un pájaro madrugador). Pero ahí estaba él, mi amable y dulce hermano, apuntando a mi cara con una linterna como si fuera un interrogatorio de novela, pidiéndome que me levantara.

—Robert, despierta, se hace tarde para desayunar.—

Intenté abrir mis ojos, cegado por la ira y la luz.

—¿Es necesaria tanta violencia al despertar a un pobre adolescente?— Pregunté mientras luchaba por huir de aquella luz entre mis sábanas

Ken esbozo una ligera sonrisa ante mi queja, como mínimo debía parecerle gracioso mi sufrimiento.

— Pues si ese pobre adolescente es mi perezoso hermano menor, sí, es necesario.—

Mi matutina pereza hacía una clara contraposición a mis deseos de golpear a mi ahora jurado enemigo, pero al final desistí, no quería más problemas con Papá. Ya era suficiente con que se me regañara por respondon y falto de orden.

— Bájate de mi cama y ve a decirle a nuestro "Padre" que no tardaré.— Comenté con ausencia de felicidad en mi voz.

Ken bajó de mi cama sin más lucha, indiferente ante mi rebeldía como siempre. Supongo que ya estaba acostumbrado o simplemente no estaba en su naturaleza discutir banalidades.

—Bien, tienes 5 minutos, si no bajas voy a comerme tu desayuno.— Dijo mientras abría la puerta para salir.

Él salió de la habitación y yo me levanté de mi cama con suma torpeza para dirigirme al baño en el final del pasillo, tenía que atender al llamado de la naturaleza y lavarme la cara. Por lo que logré ver en el espejo gracias a los tenues rayos de luz, mi cabello castaño y ondulado estaba ya demasiado largo, debía cortarlo... Pero no hoy. Lavé mi rostro con algo de agua y jabón, intenté darle algo de orden a mi cabello y entonces abandoné el tocado para regresar a mi habitación por una camiseta.

Papá odiaba que estuviera en casa como un "vago" o "animal" que no sabe vestirse completamente. Salí de mi cuarto con una camisa sin mangas y bajé a la primera planta de la casa para encontrar la cocina donde me esperaba mi desayuno.

Cuando entré a la habitación vi a Sebastian (Mi padre), sentado y leyendo un libro que decía "Comedias divinas" mientras sostenía su taza de café, él era un hombre ya maduro y avejentado de más o menos 62 años, pero aún se notaba a leguas que en su juventud había sido alguien fuerte y fornido. Él solía decir que trabajaba de obrero o algo así.

Me miró con una sonrisa un tanto burlona y preguntó con su gruesa voz.

—¿Qué tal la luz de la mañana?.—

Miré un momento la mesa examinando lo que en ella se encontraba y me senté en la silla que estaba al otro extremo de mi progenitor con mi desayuno.

— No sé como se lo permites, es un crimen contra la dignidad humana el destruir sueños ajenos.—

Sebastian se rió de forma algo estruendosa y dio un sorbo a su taza mientras colocaba el libro en la mesa.

— Hijo, sabes que tienes responsabilidades que cumplir, no todo en nuestras vidas puede ser dormir.—

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