Capítulo 7 (Robert) - Yermo mágico

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Era algo nuevo para mí el galopar sobre un caballo mientras cruzaba la zona boscosa del pueblo, pero... ¡CREO QUE MUCHAS COSAS SON NUEVAS PARA MÍ AHORA!

Recapitulando en mi vida, todo era una porquería desde hace una hora más o menos (siendo realistas, desde hace muuuucho antes), excepto por haber golpeado a Fabián Toffel en la cara, maldito imbécil.

Ahora resulta que soy un fugitivo del ejército y ni siquiera tengo una guía clara de hacia dónde voy, solo ese estúpido mapa que nos detenemos a revisar cada tanto.

Mi cabeza era un mar de pensamientos que solo chocaban entre sí, ahogándose el uno al otro.

Ken detuvo su caballo y rápidamente sujeté las riendas del mío para intentar frenarlo también. Creo que me dieron el caballo rebelde, sin afán de ser dramático, a éste potro le importa más el zumbido de una mosca en su culo que mi opinión.

- ¿Pasa algo? -Pregunté sin mucho panorama sobre lo que ocurría a la cabeza del convoy.

- Estamos más cerca del bosque negro de lo que quisiera. Lo que pase de aquí en unos kilómetros será tierra de nadie. - Respondió mi hermano, ocultando su alarma interna.

A pesar de que él intentaba esconderlo, Ken se notaba igual de aterrado ante la situación. Obviamente todo esto era una avalancha que debíamos esconder debajo del tapete si queríamos vivir. Pero a pesar de todo, sentía que algo no andaba bien, sinceramente creo que es normal si te diriges a un lugar lleno de historias cuyo final no es precisamente "Colorín colorado".

- ¿No te da la impresión de que ésta porquería ha sido sencilla de alguna manera? - Cuestioné al aire.

Ken se giró para verme, claramente si las miradas pudieran herir yo habría sido abofeteado. - ¿Te parece? -

Entendí lo terrible de mi comentario al instante.

- No me mal entiendas, hermano, todo ésto también me tiene al borde del colapso. Pero no me parece que una cuadrilla de quién sabe cuántos, deje huir tan fácil a unos niños.-

El pelinegro de mi familiar giró la cabeza hacia el suelo y puso su mano en su barbilla, un pequeño gesto que hacíamos todos en casa al pensar algo.

- Quizá tengas razón, pero tal vez solo sea algo de suerte. Vámonos antes de que se acabe. -

Asentí con la cabeza y seguimos nuestro equino camino.

La sensación de peligro inminente no se iba, pero dejar fluir el pánico entre nosotros dos no era una opción.

Finalmente nos internamos en la arboleda mágica, Ken y yo estábamos caminando con nuestros caballos al lado, no sabíamos cómo iban a reaccionar los animales y realmente es bueno para la espalda el no caerse del lomo de un jamelgo como éstos.

Empezamos a oír voces cerca de nosotros; y pasos, ya sabes, gente, así que nos ocultamos entre algo de maleza esperando lo peor.

Pasados los minutos, ninguno de nosotros pudo ver realmente que algo pasara.

- Ken, creo que ambos alucinamos. -

Mi hermano no giró a verme, solo negó con la cabeza y pasó su mano por su cabello. Ambos suspiramos de manera pesada, me senté y de mi maleta saqué mi cantimplora con agua para beber un poco, le ofrecí a Kennet y aceptó.

- No sé si es el estrés pero... He estado viendo manchas, ¿sabes? Como si los colores del mundo brillaran de forma aleatoria. - Comentó él mientras tomaba agua.

Me le quedé viendo con una ceja levantada, busqué en mi mochila y saqué un par de manzanas, le arrojé una que por suerte atrapó.

- Comamos algo, por fortuna los caballos están tranquilos. Éste bosque también me pone nervioso, sabes? Siento que la temperatura en mi cuerpo está variando.-

AthreiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora