Capítulo Dos

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- ¿Me estás diciendo que te iras a vivir con un desconocido que se hace llamar tu padre quien se supone que estaba muerto?

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- ¿Me estás diciendo que te iras a vivir con un desconocido que se hace llamar tu padre quien se supone que estaba muerto?

- Si lo planteas así, obvio suena extraño. - Río un poco nervioso ante la acusación de su amigo de cabello color oscuro quien estaba a su lado esperando a que su auto proclamado padre llegara por él, ya que después de aquella propuesta decidió aceptarla para tratar de conocer a esas personas de las cuales se le separo de pequeño, en pocas palabras su curiosidad lo motivo a elegir esa descuidada decisión de lo cual se dio cuenta tiempo después por lo que por preocupación llamó a su mejor amigo quien le dejo estar en su casa hasta que fuera el tan esperado sábado, día en que pasaría su padre por él, y ahora estaba ahí a afueras de la casa de su amigo quien le estaba recalcando su gran torpeza en actuar a base de puro impulso, aun así a pesar de que lo sacaba de quicio por esas acciones, este no se iba de su lado.

Un carro negro se paró enfrente de la bonita casa de los Fushiguro de manera grotesca sacando así un gran susto a los adolescentes dando un brinco hacia atrás por inercia en las sillas que se encontraban usando, sus ojos observaron un lindo camaro negro mate con las ventanas con un vidrio polarizado sin dejar nada de su interior a la vista ajena. Después de ese susto se colocaron de pie con rapidez presenciando como un sujeto de cabello rozado un tanto desordenado y un rostro con rasgos semejantes al más bajo de los tres se hizo presente en la puerta del conductor saliendo de manera tranquila con una sonrisa encantadora, unos lentes negros se posaban en su nariz opacando así sus ojos avellana, llevaba puesto unos pantalones de vestir oscuros junto a unos zapatos del mismo tono, contrastando completamente con su camiseta blanca desfajada. – Vaya que le encanta el negro.

- ¡Fushiguro! – Regaño el poseedor de mayor de edad de los dos al notar que el sujeto se acercaba, cuando estuvo a unos pasos de ellos se detuvo quitando sus lentes permitiendo así a los menores apreciar mejor sus facciones tan semejantes, si no decir idénticas, al de apellido Itadori. – Eres una copia de él.

Aclaro el de cabello sombrío a su compañero quien miraba impactado al hombre frente a suya, quien le sonreía amable trasmitiéndole una confianza inigualable. El joven de la familia Fushiguro se tensó al ver como su adversario era atrapado entre los brazos del mayor quien le revolvió el cabello sacándole una risa juguetona, y algo nerviosa, a su hijo. – No sabes cuanto tiempo te busque, y pareciera que el destino te pusiera en mi camino. – La cabeza del de ojos color miel se ladeo en señal de confusión al no entender el comentario recién hecho, "¿Buscado?" ahora tenía más preguntas de las que ya traía en su mente. – Pero con el tiempo podremos hablar con calma, dime ¿Me presentaras a tu amigo?

- ¡Oh sí! Lo siento, él es Fushiguro Megumi, Megumi, él es mi... padre, Sukuna Jin. – Presento señalando a la persona correspondiente ante su mención sintiendo un poco la extrañes de pronunciar aquella palabra que tanto en su vida quiso decir, "padre", el de ojos azabache miraba la sonrisa sincera de su amigo de la infancia captando así la felicidad que emanaba en su ser, cosa que no apreciaba desde que su difunto abuelo cayo en el hospital y bien de eso fue alrededor de un año, por lo que dejo de lado su idea de persuadir al chico de cabello color fresa en cuestión de que se quedara en su casa. Los siguientes minutos fue una charla ligera de como ambos chicos se conocieron en sus años de prescolar con un hambriento Megumi robando la fruta picada del niño recién llegado a la escuela, es decir, Yuuji, todo esto mientras subían las pocas pertenencias del más bajo de estatura hacía el vehículo de lujo del señor Sukuna. Una vez que terminaron el hombre de mayor edad se subió al auto dándole privacidad a su hijo de despedirse de su amigo viendo a la lejanía a una castaña que corría desesperada en plena calle viendo como casi la atropellan, el ajetreo de la zona causo que los chicos volteasen, haciendo a uno de ellos sonreír y salir corriendo tras la chica mientras que el adversario negaba con la cabeza por la estupidez de sus amigos preguntándose como llego a terminar con ellos.

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