Capítulo 19 - La Estatua Del Cielo.

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Su vista ocupaba gran parte del Bosque Lutatis, continuo a Drozetis

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Su vista ocupaba gran parte del Bosque Lutatis, continuo a Drozetis. Tenía a su objetivo; mientras su visión se enfocaba con tosquedad. Los árboles se fueron aproximando con gran rapidez, avizorando el panorama con mejor claridad.

El aire y el frío se incrustaban como estacas en su rostro, pues descendía a una tremenda velocidad. Cuando se hubo acercado lo suficiente, el cuerpo de Néfereth se hizo visible. Corría dejando una estela plateada por todo el lugar, rompiendo las ramas y sonando sus pisadas con absurda fuerza.

No lo escuchó, solo sintió cómo las garras se enterraron en sus hombros, junto a un dolor horrible en su cuerpo, recibiendo el impacto directo de una caída a una altura descomunal. El golpe fue tal, que hundió la tierra y emitió una onda expansiva que alejó toda flora y fauna.

Sus músculos se tensaron por reflejo, sin previo aviso a causa de la magnitud del choque, y sus rodillas casi se rompían de la presión. En tan solo un instante, el bosque se volvió diminuto debajo de sus pies. Se retorció de dolor, quejándose de sus piernas. De no haber sido entrenado en la Academia, comprendía que estaría muerto, sin embargo, ningún humano hubiese sido capaz de soportar dicha violencia.

Trató de entender qué lo había raptado subiendo su mirada hacia el firmamento, no obstante, la resistencia del aire era bestial. Cuando fue capaz de fijar su mirada, la enorme altura de la creatura no le permitió verle el rostro, ocultándose entre las oscuras nubes.

—Han fracasado. —Escuchó con nitidez—. Mi última opción es tirarte a la bruma, allá donde todo desaparece, donde los barcos perecen, ese será tu destino. —Su voz era añeja, ronca y severa, como un trueno en la noche serena—. Si su guerrero, ese que inspira tanto valor, se muere, todos serán presa fácil.

—¡Suéltame ahora! —ordenó, moviéndose por los aires, sintiendo el frío carcomer con hambre cada rincón de su piel.

Quiso quebrarle las patas, pero las garras estaban tan enterradas, que le fue imposible poder levantar sus brazos; peor aún, con el aire sobre él. Sacó su espada como último recurso, sin embargo, dado el peso del arma, le costó dominarla. La apretó con potencia para evitar que saliese volando.

AMANTES EN HIERRO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora