Capítulo 1 - Estigma.

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Poco a poco el sol descendió, deslizó sus rayos en la tierra haciendo una petición

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Poco a poco el sol descendió, deslizó sus rayos en la tierra haciendo una petición. Entre el denso y oscuro bosque, la última iluminación desapareció. Unos pasos presurosos rompían el silencio gutural de la atmósfera húmeda y macabra, quebrando las hojas y las ramas.

Sus pies sangraban, pero no importaba, él ya no sentía nada. La firmeza de llegar al infierno lo mantenían inerte ante cualquier dolor.

Musitaba palabras que solo él entendía, nadie lo escuchaba, el viento las llevaba, pero la madre tierra lo comprendía. Pasó las manos en su rostro, sentía las lágrimas tibias, sus pómulos fríos y las heridas en su sien. Se quitaba con desesperación su negro cabello, quería ver el camino, y aunque no fuese posible, algo lo guiaba hacia su destino.

Por un momento detuvo su andar, observó a todos lados, nadie lo seguía. Sus ojos marrones querían dormir, su mirada se hizo pesada, sin embargo, el corazón le latió con estruendo, aquello ya no era obra de su cerebro, era guiado por inercia, por sed de sangre y venganza.

No sabía cuánto había recorrido, pero supo que estaba en el Bosque Lutatis, en Inspiria, al sentir la brisa cálida. El olor del cieno y el légamo se impregnó con fuerza en sus fosas nasales y escuchó al Río Noboa correr. Sus pies entumecidos y lastimados clamaron por descanso, deteniéndose en la orilla lodosa. Observó con desgano las hojas caer y romper el espejo del firmamento en un pequeño pozo de agua.

Corrió de nuevo, las Minas Siamesas estaban cerca.

Solo tenía puesto un percudido y viejo pantalón, su dorso desnudo dictaban tortura, y sus facciones mostraban que era de clase obrera. Las cicatrices en su pálida piel se mezclaban con sus venas remarcadas. Respiraba hondo, fuerte y agitadamente, el sudor recorría cada centímetro de su cuerpo. Él no lo sabía, pero habían transcurrido dos días desde su huida.

Llegó a la entrada de la mina mayor, un gran portal lo esperaba callado y sereno. El aire corrió fuertemente, la luz de los tres satélites naturales alumbró con intensidad, y sintió, solo por un momento, los latidos en su pecho detenerse. Entró sin pensarlo demasiado, él mejor que nadie sabía perfectamente que no habría ningún trabajador cerca. Pequeñas y escasas lámparas se dispersaban a lo largo de su trayecto. Escuchó unas gotas caer, el sonido vibrante de algunas cadenas chocar y el trino de los animales nocturnos.

AMANTES EN HIERRO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora