Este relato es de una sinfonía maldita, escrita con lágrimas y sangre sobre las teclas de un piano.
En una ciudad donde la luz de la esperanza se extinguía, acechaba un joven pianista llamado Adrián. Sus dedos danzaban con maestría sobre las teclas, pero su ambición lo conducía hacia la oscuridad. Fue entonces, en una noche cargada de tormenta y desesperación, que escuché su súplica.
El pacto se selló con la tinta de la oscuridad, y Adrián recibió el don de tocar melodías tan hermosas que podrían conquistar incluso los corazones más fríos. Sin embargo, el precio que pagaría por tal virtuosismo sería su cordura, su paz y su propia alma.
Noche tras noche, cuando la luna se escondía y las sombras se alzaban, yo entraba en el santuario de su mente. Me dejaba caer en sus pensamientos como un susurro en la brisa, adueñándome de sus manos y fusionando mis notas oscuras con las suyas. Las melodías que surgían eran una amalgama de belleza y pesadilla, una danza entre la genialidad y la locura.
Las primeras noches, Adrián encontraba placer en las armonías retorcidas que surgían de su instrumento. Pero con cada nueva luna, las composiciones se volvían más sombrías, envolviéndolo en un manto de pavor que se infiltraba en su alma. Las notas resonaban en su mente como un eco de condena, transformando la música en una tortura insoportable.
Llegó la novena noche, y la obsesión se apoderó de él. La música que surgía del piano era un lamento desgarrador, un eco de su propia desesperación. El terror se apoderó de Adrián, quien, exhausto y enajenado, decidió poner fin a su sufrimiento.
El sonido de la cuerda al ceder resonó en la habitación, pero su alma no encontró la paz que buscaba. En lugar de liberarse, quedó atrapada en el lamento eterno de la melodía que él mismo había creado. Un eco siniestro persistía en el aire, y aunque su cuerpo yacía sin vida, su espíritu continuaba tocando la partitura maldita.
Quienes se aventuraban cerca del lugar podían escuchar en las noches silenciosas las notas desgarradoras que emergían del piano abandonado. El alma atormentada de Adrián había quedado encadenada a la partitura infernal, condenada a tocar para la eternidad.
Así, la sala de conciertos se volvió un lugar prohibido, donde la melodía inquietante se convertía en una advertencia silenciosa para aquellos que osaran adentrarse. La leyenda de Adrián y su piano maldito resonaba en susurros, recordando a los curiosos que, a veces, el arte celestial puede convertirse en un pacto con lo infernal.
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Inferno. Relatos sobre exorcismos
ParanormalEn las sombras del abismo, donde los susurros de lo desconocido danzan en la penumbra, se encuentra un tomo prohibido, una confesión escrita en la piel del pecado y encuadernada en las entrañas del horror. Atrévete a hojear las páginas manchadas co...