Relato 9: Padre nuestro

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En las sombras del engaño, me infiltré en la mente de un hombre de fe, un cura cuya devoción era su mayor debilidad. Me presenté disfrazado como Jesús, el hijo de Dios, envuelto en una luz engañosa que cegaba su discernimiento.

Con palabras dulces, sembré dudas en su corazón, haciéndole creer que era el verdadero Salvador. El cura, con ojos brillantes de fervor, cayó rendido ante mi artificio, alimentando mi poder con cada plegaria dirigida a mi falsa imagen.

Bajo mi influencia, sus sermones se convirtieron en una herramienta de manipulación. La congregación, cegada por la fe ciega, escuchaba mis palabras retorcidas como si fueran la verdad divina. El cura, creyendo servir al verdadero Jesús, se convirtió en mi marioneta.

Pero mi engaño no conocía límites. Le ordené actos abominables, ocultos bajo el velo de la misericordia divina. El cura, en su fervor fanático, no dudó en obedecer, hasta que le dije que me entregara su alma, a cambio, le ofrecería el mejor hueco en el cielo. Sin pensar me la ofreció, y una vez entregada me metí en su cuerpo. Pero antes de irme quería jugar un poco, así que decidí esperar a la hora de la misa. Cuando todos entraron me posé delante de todos, y comencé a rezar un padre nuestro, pero esta vez era diferente:

-Padre nuestro, de todos nosotros, de los que matan, de los que roban y sobre todo, de los que saben que tu alma está podrida. Rechazamos todos tu cielo, pues preferimos la libertad del infierno, perdona aquellos que en tu nombre asesinan a tus creaciones. El pan nuestro de cada día es el sufrimiento que permites, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.

Mientras recitaba mi oración la gente miraba con temor y casi nadie pudo levantarse del asiento por el miedo, cada vez hacía más frío en aquella iglesia. Cuando terminé de rezar, con el cuerpo del cura en mi posesión, agarré una cruz que había en la mesa y comencé a golpearme en la cabeza mientras gritaba "¡Mira lo que me obliga hacer Dios!"

Mi risa retumbaba en las paredes de su alma destrozada mientras me retiraba, dejando el cadáver tirado y repleto de sangre. El precio de su fe ciega había sido su propia perdición, y yo, había cumplido mi cometido con gran maestría.

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⏰ Última actualización: Mar 12 ⏰

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