𝐮𝐧𝐨

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—¡De nuevo Alessia!—Escuchó la orden de la señorita Callahan.

Respiro con dificultad, el pecho me duele, siento que me falta el aire, pero no puedo parar, mi rutina tiene que ser perfecta, no puedo fallar.

Siento como mis pies me queman, los hematomas en mis piernas revelan todas las caídas por las que he pasado estos últimos ensayos, mis dedos parecen estar fracturados gracias a todas las horas que he tenido puestas mis zapatillas de ballet.

Tengo que ser perfecta, todo o nada.

Comienzo mi rutina desde cero, siento como las gotas de sudor se acumulan en la raíz de mi cabello, pero no bajan a mi rostro gracias a mi banda sobre mi frente.

Recuerdo cada paso de la coreografía, coreografía que he estado practicando desde hace cuatro meses, cuatro meses de repetidas caídas y casi quince años de escuchar a la señorita Callahan gritar;

—¡Concéntrate Alessia! ¡De nuevo!

No importa cuántas veces me repita eso, no puedo rendirme. La danza es mi pasión, mi vida entera. Me levanto del suelo con todas mis fuerzas, ignorando el dolor en mis músculos y los múltiples moretones en mi cuerpo. Miro fijamente mi reflejo sudoroso en el espejo, los ojos cansados pero decididos, las piernas temblorosas pero firmes.

La música vuelve a sonar y me sumerjo en ella. Mi cuerpo se mueve con gracia y fluidez, mis brazos trazan líneas perfectas en el aire. Pierdo la noción del tiempo, del espacio. Solo existe la danza, solo existe la búsqueda constante de la perfección.

La señorita Callahan me observa atentamente, sus ojos críticos escudriñando cada uno de mis movimientos. Sé que no puedo defraudarla, sé que tengo que darlo todo en cada ensayo. Ella es mi mentora, mi guía. Siempre me ha empujado a superar mis límites, a luchar por mis sueños.

El sudor empapa mi ropa, mis músculos se quejan y amenazan con rendirse. Pero no puedo detenerme. No puedo dejar que el cansancio me venza. Cierro los ojos y me dejo llevar por la música, por la pasión que arde en mi interior.

Los minutos se alargan, pero finalmente llega el final de la coreografía. Me detengo, jadeando, mi corazón desbocado en mi pecho.

—No necesito repetirte las cosas, Alessia, no quiero una fracasada en mi estudio.—La señorita Callahan me mira sin una sola expresión en su rostro, ya estaba acostumbrada a verla de esa manera.

—Si señorita, Callahan.—Contesto sin pensarlo.

–Puedes retirarte, espero sigas practicando en tu casa.–Dice para después retirarse, dejándome sola con mi respiración agitada.

Siento mis músculos tensos, me gritan que por favor me meta en la bañera con agua caliente, siento mis piernas quemar.

Cierro los ojos por un momento, tratando de bloquear el dolor y la fatiga. Me dirijo a los vestuarios, donde me quito las zapatillas de ballet y me pongo unas sandalias cómodas. Intento caminar con gracia, pero cada paso es una lucha contra mis piernas cansadas.

Mientras me cambio de ropa, observo mi reflejo en el espejo. Veo una joven bailarina, con los hombros caídos y los ojos apagados. Sé que hoy no fue mi mejor día, pero eso no significa que no pueda mejorarlo.

Tomo mi mochila donde guardo mis cosas y me dirijo hacia el auto, mi chofer me espera dentro del auto, lo saludo y me subo en la parte trasera, no debo darle indicaciones, sabe que después de mis clases de ballet me dirijo a mi casa.

¿21 años y no puedo manejar? Sí.

Camino a casa trato de no pensar en el dolor, esto es algo que yo quiero hacer, nadie me está obligando así que pienso que no tengo derecho a siquiera quejarme una sola vez.

𝐁𝐫𝐨𝐭𝐡𝐞𝐫'𝐬 𝐁𝐞𝐬𝐭 𝐅𝐫𝐢𝐞𝐧𝐝 | 𝐄𝐬𝐭𝐞𝐛𝐚𝐧 𝐊𝐮𝐤𝐮𝐫𝐢𝐳𝐜𝐤𝐚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora