Capítulo II: Instinto Lobuno

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Volver a casa por las vacaciones de invierno a veces puede convertirse en una inmensa tortura

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Volver a casa por las vacaciones de invierno a veces puede convertirse en una inmensa tortura. Göran, el mayor de todos nosotros, se acerca a mí con una bebida de cafeína entre sus patas. Su sonrisa característica es contagiosa y acabo haciéndole sitio en mi mesa. Me he apartado del resto de los miembros juveniles de la manada, un tanto cansado de sus bromas sin sentido y sus comentarios aniñados. El pelirrojo salta a la silla alta y posa el café delante mío.

—Bebe, anda, que vas a necesitarlo para el viaje —dice dejando un par de azucarillos en la mesa. Suspiro y me hago con uno de ellos—, ¿qué te pasa, Rolf? Tienes pinta de haber entrenado con Brita.

No quiero contestarle, no quiero arruinar la buena vibra que pretende transmitir a aquella que es su manada durante los tiempos de clase. Sin embargo, no tengo ni idea de por qué debemos irnos lejos. Por qué el líder de la manada, mi padre, decidió que lo mejor que pueden hacer los jóvenes licántropos es asistir a una Academia mixta, con otros seres y aprendiendo cosas básicamente inútiles para nosotros. Cuando podríamos estar entrenando día y noche, mejorando nuestras habilidades y siendo de utilidad para los Halvmåne.

—Simplemente no me apetece volver, ya lo sabes —contesto, restándole importancia al beber un sorbo de la bebida.

La sonrisa de Göran se ensancha cuando escucha mis palabras, dejando su propio café sobre la tabla de madera. Parece especialmente divertido ante mi comentario, como si se le hubiesen ocurrido mil y un respuestas sarcásticas.

—Eso es porque no tienes nada por lo que te merezca la pena volver —sé a lo que se refiere, se refiere a alguien, como él, que se entusiasmaba cada vez que puede volver a ver a su noviecita feérica, ¿Magenta se llama?—, mira, sé de sobra que Violeta tiene unas cuantas amigas que-

No puede terminar su frase, ya que un olor familiar se hizo presente. Un olor a muerto viviente: vampiros. Casi puedo besarlos por arruinar lo que fuese que mi primo quisiera decir antes. Casi.

La tensión que se crea en el ambiente de la cafetería, prácticamente ya vacía, es palpable. Los otros mayores levantan la cabeza para observar a mi primo, cuya mirada no se despega de uno de los rostros en particular, su némesis, Jochen Von Brandt. Toco su hombro, haciendo que el lobo salte antes de observarme. Su mirada es inquisitiva y un tanto alarmante, le incomoda dejar de ver a Von Brandt si quiera un momento.

El bullicio de los jóvenes de la manada opaca cualquier tipo de pensamiento que tengo para ofrecerle a Göran, los gritos de júbilo llenan de eco el pequeño local de Múnich. El profesor que debe recogernos no ha llegado y el resto de las personas comienzan a salir del local debido a lo tarde que es.

Hermandad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora