Capítulo X: Un atisbo de verdad

56 6 47
                                        

NOTA: Al final de este capítulo podrás encontrar algunas curiosidades de Adrianne, para que conozcas un poco más al personaje.

NOTA: Al final de este capítulo podrás encontrar algunas curiosidades de Adrianne, para que conozcas un poco más al personaje

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La luz que emana mi mano se diluye y con ella la extraña aura que rodea a la muchacha que tengo delante. Ya van diez o tal vez doce personas las que he tenido que hacerle exactamente lo mismo, mi esencia ya era algo baja al llegar al sitio y noto cómo ahora no consigue recuperarse del todo. Decido parar, antes de lograr desmayarme yo misma debido a un bajón de energía. La esencia es lo que a los vampiros la sangre o lo que el polvo a los feéricos, es parte de lo que nos hace uno con nuestra magia; sin esencia, no podemos conectar con la magia, haciendo que nos debilitemos e incluso perdamos el conocimiento. Para suerte nuestra, a diferencia de la sangre o el polvo, los cuales son potenciadores externos, la esencia se restaura poco a poco con el paso del tiempo, y también puede aumentarse su regeneración por medio de pociones específicas hechas de una raíz muy especial: la Ferrut. Aunque estos métodos no son inmediatos, aportan un gran impulso para que el cuerpo, por sí mismo, consiga llegar a su máxima esencia. Con respecto a esto, se dice que cada persona va aumentando esa esencia máxima conforme mejora sus habilidades, aunque realmente desconozco si eso es del todo verdadero.

Sumida en mis pensamientos, ignoro que algunos estudiantes desmayados ya se ponen en pie con ayuda de otros que han llegado a la estancia. Dos de los feéricos que acudieron a nuestro auxilio durante el incidente del autobús, y que ahora tengo delante, están debatiendo con mi tía sobre algo que no consigo oír, sin embargo, cuando la mujer se da la vuelta en el tacón de sus afiladas botas y se comienza a alejar hacia otra de las puertas, me pongo en pie y la sigo, junto con un puñado de jóvenes que vienen detrás mío. Tía Anna Vi no gira para observarnos, va abriendo estancias a su paso sin tocar la madera, recorriendo un montón de pasillos que me son totalmente ajenos. La luz de medio día se cuela por los impresionantes ventanales, iluminando los tapices azules y amarillos, y dándole calidez a los corredores a pesar del frío invernal. Cuando salimos a una especie de claustro, mis ojos se fijan en la cantidad de habitaciones que hay en este segundo piso; sus puertas son muy diferentes unas de otras y todas ellas cuentan con una pequeña placa metálica con un nombre inscrito. Mis sospechas sobre que son propiedad del profesorado se ven confirmadas cuando alcanzo a vislumbrar el nombre de la mujer que, tan pesadamente, no dejaba de hacernos pruebas a Vittoria y a mí.

La última puerta, una de madera clara y con pequeños detalles de los símbolos de los elementos, cuenta con una placa un poco más grande. «Anna Viviana Fiorelli», se lee en ella. Y al abrirse puedo vislumbrar el despacho de la mujer pelirroja que ahora se ha girado y observa al séquito que le sigue. Sus ojos terminan en los míos, y observo a través de ellos la misma mirada segura y firme de mi madre. No hay que ser expertos para notar que las semejanzas en ambas gemelas son impresionantes, pero conforme iba creciendo me fui percatando de algunas diferencias claras, por ejemplo, tía Anna Vi es más alegre y animada, mostrando siempre un lado muy juvenil; mientras que mi madre, María Cecilia, es más seria y cuidadosa en sus palabras, además, la edad se le hace notar en las arrugas de su frente cuando se encuentra preocupada o cansada. Sin duda alguna ambas me han enseñado mucho a lo largo de mi vida, aunque la relación con la tía Anna decayó en cuanto se hizo directora de aquella Academia, pues en pocas ocasiones visitaba Italia nuevamente.

Hermandad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora