Capítulo III: Coche de Línea

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—¿Austria? —Mi boca se abre de par en par por la incredulidad

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—¿Austria? —Mi boca se abre de par en par por la incredulidad. Había una diferencia abismal entre ir a la capital italiana y viajar a otro país, no solamente lejos de mis padres, sino de mi mejor amiga. Mi mirada pasa entre mi mamá y papá, posándose cuidadosamente en cada uno—, ¿y Meliora? ¿Ella también vendrá? —Temo al hacer la pregunta, Loire y yo hemos planeado tantísimas veces nuestras aventuras en Roma que se me parte el corazón el pensar en no poder realizarlas. Había tanto que ver, tanto que descubrir. Sin reglas absurdas, sin toques de queda, sin padres estrictos que no te dejaban aprender más de la cuenta.

—Meliora Biancomare, bueno, ella... —Mi madre se anima a hablar, pero se arrepiente al instante.

Sabiendo la importancia de sus palabras, su significado, levanto los brazos, haciendo ademanes exagerados.

— ¡No, no!, ¡eso sí que no! Prometisteis que cuando fuese a la Academia di Roma podríamos vivir juntas. Ese era el trato, ¿no? —les hecho cruelmente en cara—, nada de magia "prohibida" si quería ir. ¿Y ahora me decís que era todo... un cuento? ¿Mentira?

Parece que mi madre quiere decir algo. Bien, que lo diga. Quiero escuchar sus palabras. Sin embargo, con una mirada que roza la furia y un movimiento de mano, mi padre acalla a ambas.

—Irás donde te mandemos, Adrianne —contesta con descaro, sin parpadear ni un segundo mientras habla—, somos tus padres y sabemos lo que es mejor para ti, y-

—No podéis hacerme esto —murmuro, sintiendo un sollozo salir de mis labios.

—Y los Biancomare pueden decidir lo que quieran para su hija —concluye con voz tajante, no dispuesto a seguir con la discusión.

Frustrada y un tanto enfadada, subo los cada vez más altos escalones hasta mi habitación en el ático. Escucho a mis padres hablar abajo, incluso levantar la voz, pero en aquel momento podía estar la casa en llamas, que yo no me dignaría a bajar en ningún caso.

Mi primer instinto es mandar un mensaje virtual a Meliora. Con la bola de cristal en mis manos, espero pacientemente una respuesta.

«¿¿Qué dices??»", sale de repente reflejado en el cristal. Mi amiga se encuentra tan extrañada como yo, «a mí me han dicho que no puedo ir a Roma, que me enseñarán aquí mismo». Así que los planes se han ido al garete, nada va a poder ser como se había acordado. Ni las visitas a las ferias nocturnas, ni los bailes elegantes feéricos, ni siquiera los viajes clandestinos a la playa para ver los fuegos artificiales de las fiestas mágicas. Puedo irme de casa, puedo patalear, enojarme, gritar. Pero, ¿servirá de algo? Posiblemente no. Esa es una de las desventajas de ser la hija de un importante agente de la Ley mágica, tiene los recursos y la experiencia para encontrarme.

Hermandad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora