Capítulo IX: Paredes de Sangre

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NOTA: Al final del capítulo hay algunas curiosidades de los feéricos de este mundo.

NOTA: Al final del capítulo hay algunas curiosidades de los feéricos de este mundo

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Volver con una misión cumplida es más agradable de lo que habría supuesto. Especialmente tras incidentes que llevaron mi suspensión indeterminada del cuerpo de misiones de la Corte Real. En aquel claro repleto de luz y fulgor todo parece atemporal, como sacado de un sueño que parece no tener fin. Mi hermano, tan solemne como es siempre, observa con la barbilla firme a la Reina, la cual revolotea de un lado al otro, claramente nerviosa. Había solicitado únicamente a Bellûne, pero él insistió en que yo también fuera. Su Majestad me observó al inicio con extrañeza, pero luego dejó de prestarme atención, hasta aquel momento, en que se detiene y sujeta mis manos. Estoy tan anonadada por su acción que no consigo reaccionar apropiadamente, tensándome de inmediato. No estoy acostumbrado al contacto de otros, especialmente porque los feéricos no somos famosos por ser cariñosos, sino más bien cordiales y formalmente correctos. Las manos de ella son suaves, pero no puedo pasar desapercibidos los pequeños cardenales que se posan en su pálida piel, como si se hubiera estado lastimando y curando constantemente. Seguramente se tratan de las heridas a las que mi hermano ha hecho referencia el día anterior, previo al aviso de emergencia.

—Esto es más serio de lo que pensaba, ¿atacar feéricos también? —Su voz es apenas un hilo de voz, sus ojos se miran tristes, verdes como un bosque que no deja pasar luz a su interior, algo totalmente opuesto a lo que la escena desprendía. Es muy hermosa, como siempre la describía mi madre en sus historias de aventuras, las cuales yo pedía que contara una y otra vez cuando era apenas una hadita—. Esto no está bien, tenemos que protegernos.

Miro a Yune de reojo, recordando las palabras que me dirigió antes de acudir a la Corte para aquella auditoría: «La Reina está asustada, no es un buen momento para decirle que quieres irte de misión personal por ahí, así que no lo menciones, al menos no de momento, ¿vale?».

A pesar de su advertencia, la tensión de la situación me produce aletear un segundo las alas, es algo breve, casi inapreciable, pero ella lo ve. Lo sé porque al girar mi rostro hacia Su Majestad me percato de un brillo nuevo. Sus manos aprietan las mías y no me suelta, las tiene frías y ligeramente húmedas, como un arroyo matutino que se cuela entre las hendiduras de mis nudillos.

—Expresa tu mente, chiquilla —me dice, con ese tono que ya conozco cuando me hablan, esa entonación de tristeza y compasión con la que el Enjambre de Pöllar, la colonia en la que vivimos y capital del Reino, me habla desde el fallecimiento de mis padres.

Mi hermano, el cual parecía una estatua hasta aquel momento, se gira para enfrentarnos a ambas. Su mirada es severa hacia mí, la siento desde donde estoy a pesar de no estarlo viendo directamente. La comisura de sus labios se vuelve finísima y de reojo noto cómo va alzando la mano para colocarla en mi hombro. Antes de que llegue a su cometido, abro la boca, sorprendiéndonos a todos.

—Mi Reina, tengo entendido que han ocurrido muchos sucesos violentos hacia nuestra gente —Ella asiente suavemente, pero no me interrumpe—, probablemente no tiene nada que ver, pero se escucha en Pöllar que el coche de línea mágico que auxiliamos no es el primero en sufrir daños, ¿me equivoco?

Hermandad de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora