La primera vez que vi a Ronan fue cuando desperté en el hospital después del accidente. Tenía doce años en ese entonces. Él era un niño, como yo, y me estaba observando con ojos curiosos, como esperando a verme reaccionar. No me alarmé al verlo, había algo en su mirada que me transmitía familiaridad y calma. El problema llegó cuando entraron mis padres y lo vi desaparecer, como desintegrarse en el aire. Ellos no hacían más que llorar y preguntarme cómo estaba, y, no, no habían visto a ningún niño de cabellos negros y pecas caminando en mi habitación.
Ronan siguió apareciendo cada día mientras estuve internada recuperándome, y me tomó poco comprender que solo yo podía verlo. Le hacía muchas preguntas, pero él no estaba interesado en responderlas, como si no tuviera un pasado o una vida fuera de allí. Opté entonces por contarles a mis padres lo que me estaba pasando, y ellos a su vez se lo contaron al psicólogo. Todos llegaron a la misma conclusión: estaba experimentando episodios de estrés postraumático que me hacían divagar y tener conversaciones con personas inexistentes. Pero no había otras personas, solo estaba él. Un día, mientras se suponía que yo dormía, escuché que el psicólogo lo llamó «amigo imaginario», tratando de tranquilizar a mis padres. Les dijo que no era usual en niños mayores, pero que el accidente me había dejado muy afectada. Les dijo que con el tiempo lo superaría.
Pero Ronan nunca se fue, ni siquiera con la medicación.
Tal vez ellos tenían razón y él solo estaba dentro de mi cabeza, pero en ese caso mis problemas eran mucho más serios de lo que todos pensaban, pues ninguno de sus intentos por hacerlo desaparecer funcionó. Con el tiempo dejé de tomar medicamentos, y también dejé de hablar sobre él. Eso pareció indicarles a mis padres y a mis terapeutas que estaba mejorando.
Sin embargo, me acostumbré demasiado a su presencia y me aterraba la idea de que un día dejara de estar cerca de mí. ¿Qué más daba que fuera un producto de mi imaginación si él era mi única y mejor compañía?
Algunas chicas tienen un diario para contar todo lo que les ocurre, sus pensamientos más vergonzosos y sus fantasías más descabelladas. Yo lo tenía a él, y era incluso mejor porque, a diferencia de un cuaderno de papel, Ronan sí me respondía. Él me daba consuelo cada vez que me veía llorar, y también celebraba conmigo cada pequeño paso que lograba dar por mi cuenta. Ya ni siquiera podía imaginar mi vida sin tenerlo a mi lado.
Ahora, cinco años después de nuestro primero encuentro, Ronan ya no era un niño, sino un joven como yo. Sus pecas y su cabello oscuro y ondulado seguían prácticamente iguales, pero sus facciones habían dejado de ser aniñadas y me superaba en altura. ¿Todos los amigos imaginarios crecían a la par de sus dueños? No tenía idea, y no era que pudiera preguntarle a alguien más.
Solo de algo estaba segura: incluso si nadie más sabía de su existencia o si yo no podía tocarlo, Ronan parecía la persona más real que había conocido.
***
Masticaba e intentaba tragar cada bocado como si me fuera la vida en ello. También trataba de sonreír de vez en cuando y fingía escuchar la conversación de mis padres durante la cena. Ese día había sido especialmente duro, pero ellos no necesitaban saberlo.
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Lo que susurran los peces ©
Teen Fiction"El mar tiene estas cosas; todo lo devuelve después de un tiempo, especialmente los recuerdos". -Carlos Ruiz Zafón. ** Maya nunca ha podido revelarle a los demás que tiene un amigo imaginario, tal vez porque sabe que no es algo normal para una chica...