Capítulo 7

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—¡Ronan! —solté un grito desesperado al sacar la cabeza del agua

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—¡Ronan! —solté un grito desesperado al sacar la cabeza del agua.

Comencé a toser y a tratar de salir con torpeza de la bañera. Aún sentía como si me estuviera ahogando. Me parecía que tenía litros de agua en mis pulmones y que necesitaba sacarlos.

—¡Maya! —Él apareció de inmediato y sus ojos se abrieron de par en par—. ¿Qué te ocurre? ¿Estás bien? ¿Qué te ocurre, Maya? ¡Dime algo, Maya!

Incapaz de responderle aún, asentí con la cabeza y terminé acostada en el piso, tratando de recobrar el aliento. Cerré los ojos y comencé a repetirme a mí misma que estaba bien, que el peligro había pasado. No me iba a morir. No me iba a morir. Estaba a salvo.

Cuando logré calmarme un poco, abrí los ojos. Ahí estaba Ronan, arrodillado a mi lado y con su mano sobre la mía, como si la estuviera sosteniendo con todas sus fuerzas. La frustración y la impotencia se habían apoderado de su rostro. Yo lo entendía perfectamente. Quería tanto poder sentir el calor de sus manos. Quería lanzarme a sus brazos y envolverlo con todas mis fuerzas. Quería decirle que lo sentía por ser una inútil y pedirle que me perdonara...

En lugar de eso, comencé a llorar.

—Háblame, Maya —me imploró, desesperado—. Dime qué te ocurre. ¿Por qué entraste a la bañera? ¿Por qué hiciste algo así?

—Lo siento... —dije entre sollozos y me incorporé hasta sentarme—. Lo siento tanto.

Su expresión mostraba su desconcierto ante mis palabras. Se sentó a mi lado.

—Yo... no entiendo... ¿Por qué te disculpas, Maya? Hiciste todo lo que pudiste, no...

Negué con la cabeza, interrumpiéndolo.

—No es eso... —Abracé mis piernas—. Volví a verte, Ronan, por eso entré a la bañera...

—¿Otro recuerdo?

Asentí.

—Sí, te vi de nuevo. Estábamos juntos ese día. Juntos, ¿entiendes? Estabas a mi lado cuando todo pasó.

—Oh... —Bajó la mirada con el ceño fruncido. Parecía inseguro sobre si quería escuchar el resto de lo que tenía para contarle.

—Traté de sacarte de ahí... traté con todas mis fuerzas, pero no pude...

Mi llanto se volvió incontrolable. Tenía las imágenes tan frescas en mi cabeza, todo eso que mi cerebro se había negado a mostrar durante tanto tiempo. Miré al techo y tomé aire para poder continuar.

—Tenías una pierna atorada bajo tu asiento, no podías moverte... Yo intenté halarte, pero fue en vano. No pude hacerlo. Lo siento tanto...

El terror en su cara y sus intentos de zafarse no paraban de reproducirse una y otra vez en mi cabeza. La súplica en sus ojos azules. Sus manos aferrándose a mí para que yo lo ayudara a salir del agua. Pero esos eran detalles que no podía darle, sería demasiado para él.

Lo que susurran los peces ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora