Las densas nubes grises opacaban toda la claridad del día. Eran cerca de las diez, pero parecía que apenas estaba amaneciendo. Al bajarme de la camioneta, me subí la capucha del abrigo, había comenzado a lloviznar ligeramente.
—¿Estás segura que quieres quedarte aquí...? —me preguntó Dan con una mueca de escepticismo—. Es decir, este sitio está un poco... apartado, supongo...
Asentí varias veces con la cabeza.
—Estaré bien —le respondí y traté de sonreír para darle más credibilidad a mi afirmación—. Gracias por el aventón.
—No hay de qué, no creo haberme perdido mucho en ese turno de Biología.
Sonrió y me dijo adiós con la mano. Le respondí el gesto y esperé a que la camioneta desapareciera antes de emprender mi camino.
Andar sola por lugares que no conocía en lo absoluto jamás había estado en mi lista de cosas predilectas. De hecho, apenas salía de casa. Sin embargo, hacía dos noches que estaba planeando esa escapada del instituto, y al descubrir que Dan tenía un auto propio me había atrevido a pedirle de favor que me llevara. No conocía a nadie más, y realmente no iba a marcar mucho la diferencia que escapara un rato conmigo, se pasaba los días durmiendo en clases.
Pero nuestra pequeña aventura juntos terminaba justo ahí en esa calle vacía casi a las afueras de la ciudad. Allí comenzaba la mía.
Caminé con pasos rápidos hasta que me detuve en el sitio indicado: el Cementerio Greenwood. Tomé una enorme bocanada de aire y me adentré en el lugar. Estaba tan nerviosa que no podía dejar de jugar con las asas de mi mochila, solo había estado en un cementerio el día de la muerte de mi abuela, y esa era otra de las experiencias que prefería no recordar.
Como el día estaba lluvioso, el sitio estaba desierto, pero no tardé mucho en notar que ya no estaba sola. Ronan caminaba a la par mía en línea recta. Una hilera de lápidas nos separaba.
—¿Por qué viniste a ese sitio? —preguntó, evidentemente muy confundido.
Yo respiré profundo y finalmente me detuve para mirarlo. Ya no podía dilatarlo más.
—Tenemos que hablar —dije con mucho pesar.
Sus ojos azules escrutaron mi expresión seria. Lucía temeroso de lo que yo iba a decirle. Y no era para menos.
—Solo dilo —soltó, derrotado, y fijó la vista en el suelo.
Yo también miré hacia abajo un momento. Las gotas de lodo me salpicaban los tenis, la lluvia había apretado un poco. Volví a mirarlo.
—Lo siento, Ronan, pero... la verdad es que no creo que estés vivo...
Mis palabras salieron en un hilillo de voz. A él le tomó un momento asentir.
—El día que caí a la piscina —continué, con mucha dificultad—, yo... ese día yo te vi, Ronan. Yo tenía razón, era un recuerdo, no una pesadilla. Y cuando vi tu foto fue porque estaba buscando información sobre la escuela a la que se suponía que debí asistir... Tu nombre estaba junto al mío: Ronan Alexander, ¿lo entiendes? Tú también ibas en ese autobús... Desde la noche en que hablamos te he estado buscando en todas las redes sociales, pero... no hay nada sobre ti en los últimos cinco años...
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Lo que susurran los peces ©
Teen Fiction"El mar tiene estas cosas; todo lo devuelve después de un tiempo, especialmente los recuerdos". -Carlos Ruiz Zafón. ** Maya nunca ha podido revelarle a los demás que tiene un amigo imaginario, tal vez porque sabe que no es algo normal para una chica...