Capítulo 3

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La enfermería del instituto era realmente pequeña

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La enfermería del instituto era realmente pequeña. Ahí, entre el director tratando de explicarles a mis padres cómo había ocurrido el accidente en la piscina, los reclamos de mi madre y la preocupación de la doctora, me estaba asfixiando. Sin embargo, me cubría cada vez más con la manta tratando de entrar en calor y seguía llorando sin poder evitarlo.

Aún me parecía que estaba empapada y que el agua me estaba engullendo hasta el fondo. Me parecía que si respiraba profundo sentiría mis pulmones quemar dentro de mi pecho, totalmente inundados. Incluso por momentos me parecía que todo eso era un sueño, que había muerto de una vez por todas.

Cuando terminó toda la disputa a mi alrededor, mi madre les pidió a los demás que nos dejaran solas. Ella se sentó en el borde de la camilla y me abrazó, acunándome en su pecho. Yo me aferré a ella con todas mis fuerzas, necesitaba comprobar que era real y que no se esfumaría de mi lado.

—Ya todo terminó, pequeña. Vas a estar bien, estamos aquí contigo —me susurró.

Su voz indicaba que estaba conteniendo el llanto, y eso solo me puso peor. ¿Por qué siempre mantenía a mis padres sufriendo? ¿Acaso no podía darles ni un respiro?

—Lo siento... —murmuré con voz rota—. Lo siento...

—Shhh... no fue tu culpa, los responsables son quienes te pusieron en peligro. Ahora nos iremos a casa, y cuando regreses ya no tendrás que asistir más a las clases de educación física. No te preocupes, ya no estarás más en peligro.

Quizás en otro momento eso me hubiera horrorizado, no quería darles más razones a los demás para ridiculizarme o para burlarse de mí. No obstante, en ese momento me causó un gran alivio. No me creía capaz de volver a acercarme a ninguna fuente de agua en mi vida. Un solo incidente me había hecho retroceder años en mi recuperación. De nada me habían servido tantas sesiones de terapia y tanta medicación.

Estaba rota, muy rota, y dudaba que existiera algo que pudiera ayudarme.

***

Luego del incidente estuve dos días sin ir al instituto. Mi madre se había quedado a trabajar desde casa para no dejarme sola. No me lo había dicho directamente, pero no hacía falta: siempre que yo tenía alguna especie de recaída ella y mi padre se turnaban para mantenerme un ojo encima.

Esa tarde estaba sentada en el suelo de mi habitación, envuelta en una manta y casi totalmente a oscuras. Solo las luces moradas de la pequeña pecera daban algo de iluminación. Ronan estaba sentado a mi lado en silencio, solo haciéndome compañía. Mis ánimos estaban tan bajos que no podía pensar ni en leer, y él no había insistido. Ronan siempre parecía saber lo que yo necesitaba, incluso cuando a mí no me quedaba muy claro.

—Aún no lo entiendo... —susurré luego de un largo rato.

—¿El qué?

—Mientras estaba ahí abajo, yo... —Me detuve. Era un esfuerzo demasiado grande recordar ese momento.

Lo que susurran los peces ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora