Dos semanas llenas de paseos, pijamadas, y muchos besos, demasiados. No había segundo del día que no pasáramos juntos.
Sarah en muchas ocasiones se sumaba a nuestros paseos y los tres la pasábamos fenomenal. Ella fue la primera y por ahora la única que se atrevió a saber de nosotros, ella está feliz y en ocasiones dice que somos sus segundos papás. A Leo y a mí esto nos llena el alma.
En este momento, estamos sentados en la orilla del mar con un vaso de cóctel cada uno en la mano.
— ¿Cuándo será el día en que te metas al agua conmigo? — preguntó mientras se levantaba y se quitaba la camisa.
— El día en que los cerdos vuelen, ya te he dicho que si el agua está fría yo no me meto — deje mi vaso en la arena y me crucé de brazos.
— Pues sabes que... hoy el agua está en condiciones para que entres así que... — se acercó a mí y me cargó como a una princesa y me llevó hasta el agua.
— Bájame Leonadro — gritaba y pataleaba, pero él ni se inmutaba. Me soltó cuando el agua le llegaba a la cadera —. Está helada, me voy.
— Tu no te vas a ningún lado — me tomó de la cintura para acercarme a él y me beso —. Vamos, si no sabes nadar yo te sostengo.
— Exactamente cielo, no sé nadar — me alzó e hizo que enredara mis piernas alrededor de su cadera.
— Entonces aquí nos quedaremos — avanzó y bajó un poco para que el agua nos llegase a los hombros.
— ¿Te dije lo buenamente sexy que te quedan los tatuajes? — pregunté mientras veía mi favorito, un pez Koi en el lado derecho de su cuello.
No sabía si significaba algo para él pero para mi era un pez hermoso y que resaltaba entre todos sus tatuajes. Ya que era más pequeño y delicado, con líneas apenas perceptibles, pero que al fin se veían, con detalles en tinta roja que lo hacían más bonito.
— Parece que tienes un favorito — río cuando acaricie el tatuaje.
— Lo siento — dije apenado y alejé mi mano.
— Ese tatuaje, más específicamente, ese pez, me recuerda a mi abuelo. El pez koi es un gran símbolo de perseverancia y que si trabajamos por lo que queremos conseguiremos un buen resultado.
— Perdón si sueno metido ¿pero que tiene que ver el pez koi con tu abuelo?
— A mi abuelo le tocó una vida difícil y llena de pobreza, pero nunca se rindió, siempre intentaba salir adelante, hasta que conoció a mi abuela y en ese preciso momento fue cuando comenzó a trabajar duro día con día hasta levantar desde los cimientos la empresa familiar, la cual pronto dirigiré. Espero hacerlo tan bien como el.
— Lo harás, incluso te aseguro que hasta mejor. Con tu encanto, ningún socio se resistirá a cerrar un contrato contigo — bese su tatuaje y lo mire a los ojos.
— Mi abuelo también tenía lo suyo cuando era joven, si no porque mi abuela lo eligió a él y no a alguien con más dinero.
— Porque te aseguro que ese alguien con más dinero termino muriendo por suicidio o en la quiebra, ademas no podia ofrecerle ni la mitad de amor que tu abuelo le daba.
— Tienes razón, además mi abuela siempre me cuenta como ese chico no podía pensar en más nada, solo en sí mismo... además también quebró y luego se suicidó.
— Tu abuelo le ofreció mucho más que dinero y regalos caros a tu abuela, le ofreció cariño y cuidado.
— Tengo el presentimiento que ya no hablas de mis abuelos — río y beso mis labios con delicadeza por unos segundos.
— Y no te equivocas — nos miramos por largos segundos a los ojos hasta que sentí que algo no me gustaba, una incomodidad en mis pantalones que sentía necesitaba liberar — Deberíamos salir — dije, sentía las mejillas a punto de explotar de lo calientes que estaban.
— ¿Me dejarías ayudarte? — pregunto entre serio y coqueto, había expresiones de él que aún no lograba diferenciar.
— ¿Ayudarme a salir? Si por favor, necesitaría que me soltaras para poder caminar hasta la orilla — aflojo su agarre y me pude liberar, camine hacia la orilla mientras me seguía.
Tome mi toalla, me sequé un poco por encima de la ropa y luego se la entregue a Leo. El aún me miraba con la misma expresión, pero ahora se mordía el labio, se notaba que estaba poniendo todo de sí para resistirse.
Tomamos nuestras cosas e iniciamos el camino de regreso a nuestras casas tomados de las manos, aunque Leo no parecía tener la misma sonrisa de siempre.
Faltaban pocos minutos para llegar a nuestras casas y yo no sabía qué hacer. Sabía a qué se refería Leo anteriormente y claro que quería que me ayudara, moría por tenerlo entre mis piernas y que hiciera lo que le plazca. Pero era un cobarde.
El ya había intentado avanzar y tocar más allá de la ropa, pero todas las veces se lo impedía y terminaba en un abrazo lleno de lágrimas y disculpas.
Estaba siendo un maldito cobarde, no quería admitir que lo necesitaba, aunque mi cuerpo me lo pedía a gritos, mi cuerpo pedía sentirlo sobre mí, comiéndome a su manera y disfrutando el dulce sabor de su cuerpo y labios.
— Si, me gustaría — dije sin pensarlo deteniéndome bruscamente y haciendo que él también se detuviera.
— ¿Qué te gustaría tesoro? — me pregunto con una sonrisa mientras me miraba a los ojos con ese brillo incomparable.
— Quiero que sea hoy — le respondí con una sonrisa enorme, tan enorme que dejaba ver todos mis dientes.
— Sigo sin entender que quieres decirme — me acerco un poco más hacia él y tire de sus hombros hacia abajo para poder susurrarle al oído.
— Quiero que me cogas como se que has estado imaginando todo este tiempo — dije en un susurro, pude notar como mi piel se erizo al decir eso, no podía creer que esas palabras estuvieran saliendo de mi boca.
— Estas equivocado tesoro, yo no me he imaginado cogiéndote, yo me he imaginado haciéndote el amor — me devolvió el susurro y sentí como en mis mejillas aumentaba el calor cada vez más.
— Entonces... ¿Quieres hacerme el amor?
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Como en los cuentos de hadas
DragosteHarry, un psicólogo desempleado, intenta escapar de su realidad y su familia, decide visitar a sus tíos para encontrar esa paz que necesita. Leo, un reconocido médico veterinario, huye de su soledad y decide hacer unas vacaciones improvisadas a ca...