Leo

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Me levanté cuando sentí como el cuerpo de Harry se movía

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Me levanté cuando sentí como el cuerpo de Harry se movía. Al abrir los ojos y verlo, me di cuenta que seguía durmiendo, pero yo ya había despertado y necesitaba levantarme.

Con cuidado de no despertarlo, salí de la cama, me puse unos pantalones cortos grises y me dirigí a la cocina mientras silbaba feliz.

Antes de traer a Harry para que viviera aquí conmigo, pase una semana y media poniendo la casa en condiciones para hacerla habitable. Una de mis actividades fue llenar la alacena y la nevera, por eso había comida de sobra.

Sabía muy bien qué él prefería té verde para desayunar, pero cuando tenía noches largas o difíciles tomaba café. Mientras el café se hacía, cocine unas tostadas y prepare la mezcla de unos wafles. Y no podía olvidarme de la fruta y menos de su jugo de naranja favorito.

¿Eran demasiadas cosas? Tal vez, pero quería consentirlo, la mañana siguiente no estaría para prepararle el desayuno, debía regresar a la veterinaria para ver como iba todo.

Mientras cocinaba sentí como alguien bosteza detrás mío y ese alguien se acercó tanto, hasta abrazarme por detrás y darme pequeños besos en mi espalda.

— Buen día cielo — dijo mientras otro bostezo lo atacaba.

— Buenos días tesoro ¿cómo dormiste? ¿te duele algo? — no quería dejar de prestar atención a lo que cocinaba, pero igual pregunte sin mirarlo.

— Me duele hasta el último músculo de mi cuerpo, pero sobre todo tengo un dolor insoportable en mis caderas — se separó de mí y se puso a mi lado para verme a la cara —. ¿Sabes por qué tengo marcas de mordidas en mis nalgas? Aún no puedo creer que lo hayas hecho — río y me lo contagio a mi.

— Lo siento tesoro, pero tu trasero es como un malvavisco esponjoso y dulce que no me pude resistir a probar. Sin dudas la mejor sensación de mi vida — recordé cuando le mordí una nalga por primera vez y se me escapó una risita.

— A mi no me causa gracia tener marcas de besos hasta en mis puntos muslos — se cruzó de brazos y miró hacia el suelo como niño chiquito al que acabas de hacer enojar.

Apague el fuego y me acerque a él, lo tomé de la cintura con una mano y la otra la utilice para levantar su barbilla para que me mirara a los ojos.

— Lamento desearte tanto que no puedo privarme de probar cada parte de tu cuerpo — le bese los labios con sutileza y lo atraje más hacia mi para un abrazo —. Café, fruta, tostadas, waffles y jugo de naranja ¿Te gusta? — pregunte cuando me aleje un poco para mirarlo con una sonrisa.

— Me encanta, pero ¿no te parece demasiado?

— Nada es demasiado para mi tesoro, mi vida, mi amor, mi hermoso rey.

— ¿Qué quieres? — preguntó mientras fruncía el ceño con intriga.

— Mañana tengo que regresar a Monreale para asegurarme de que todo sigue en orden con la veterinaria.

Él con su hermosa sonrisa se ofreció a acompañarme si hacía falta y yo sabía que esa ciudad no le traía buenos recuerdos y aunque tenía muchísimas ganas de que viniera conmigo y me hiciera compañía, me negué y besé sus labios.

Serví el desayuno y nos sentamos en la barra de la cocina y lo disfrutamos. Tuve que ayudarlo a subir al taburete, su cadera lo torturaba cada que podía, culpa mía, aunque no me arrepiento de nada.

El se ofreció a lavar los platos mientras yo le abría la puerta a Mago para que saliera al jardín y limpiaba un poco la cocina que había quedado hecha un desastre luego de que cocine un simple desayuno.

— ¿Recuerdas que un día te dije que no te dejaría cocinar por miedo a incendiarias algo? — claro que lo recordaba, había sido la mañana siguiente a la primera vez que tuvimos sexo.

— ¿A qué viene tu pregunta? — pregunte confundido mientras terminaba de guardar los últimos platos en su lugar.

— Acabo de abrir el tacho de la basura y curiosamente encontré una servilleta de tela medio quemada — sacó la servilleta de la basura y me miró con ojos de "te lo dije" mientras se ponía su otra mano en la cintura.

— Lo sé, pero te prometo que no queme más nada, solo fue un descuido. Fui a ver si las tostadas se estaban quemando y dejé la servilleta muy cerca del fuego — expliqué mientras movía exageradamente las manos de un lado para el otro tratando de explicar lo que pasó.

Volvió a dejar la servilleta en la basura y se acercó hacia mí mientras reía.

— Eres gracioso cuando te pones nervioso — siguió riendo mientras me abrazaba por el cuello.

— No es gracioso, podía haber incendiado algo más — no entendía el sentido de mi enojo, él debería ser el enojado —. No es un chiste.

— Perdón cielo, simplemente digo que tu expresión es chistosa y la próxima vez que vayas a cocinar algo, avísame. Cuatro ojos ven más que dos, así evitamos quedarnos sin servilletas de tela — estaba conteniendo la risa, se le notaba en la cara, trataba de ponerse serio y no reír, yo lo miraba esperando que terminara de hablar.

— Suelta la carcajada por favor, te me vas a asfixiar si sigues aguantando — rodé los ojos y vi como se doblaba delante mio mientras reía.

— Lo siento cielo, es que ¿enserio? Si no se te queman las tostadas se te quema la servilleta — seguía riendo y quiso contagiarme un par de veces pero me contuve.

Lo cargue como a costal de papas mientras seguía riendo, pero ahora pataleaba y movía las manos mientras pedía que lo bajara, que lo dejara en paz. No me detuve hasta llegar a la habitación y dejarlo sobre la cama.

— Veamos si sigues riendo cuando ese culo tuyo se llena de más de mis mordidas — dije mientras le quitaba la única prenda que tenía puesta que era una de mis camisas.

Me miró algo asustado, pero cuando comencé a besar su cuello, su mirada cambió.

Mis besos se repartían por cada rincón de su cuerpo, hasta que llegó a la zona de sus muslos y lo di vuelta.

Moría por seguir probándolo entero.

⋆ ★⋆ ★

Como en los cuentos de hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora