1489: Taberna el Caballo Blanco.

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   Cien años, con exactitud, pasan para Hob Gadling. Se sorprende cuando no muere, por supuesto, ignorante mientras disfruta de aquel (quizás) error de la muerte, quien no había aparecido por él. No es hasta que recuerda su promesa hecha cien años atrás, que se preocupa cuando se dirige a la taberna el Caballo Blanco.

Entra sin hacer ruido, mirando en cada esquina en busca de aquel hombre de aspecto pulcro que ahora se da cuenta, sabía que viviría tanto. ¿Cómo? Luego de aquel día, no mentirá, frecuentó aquella taberna más seguido, esperando volver a encontrarse con esa persona extraña que le había llamado tanto la atención. Y no sólo porque se había acercado con aquella propuesta para él.

Sin tiempo para seguir pensando, Hob lo nota de inmediato cuando entra por la puerta. Llama la atención a primera vista, Gadling no entiende cómo parece que nadie le ve, ni siquiera recibe una mirada sobre él. Es alto, vestido por completo de negro con un rostro pálido que sobresale por el cabello negro que cae hasta sus hombros. Es más largo, Hob lo nota de la última vez que le vió.

Llevando una mano a su barbilla, piensa en la barba que tenía antes, preguntándose ligeramente: ¿Sin ella me veré mejor? Esperando que la persona que camina hacia él con elegancia, lo note.

—Robert Gadling —el extraño se sienta en la silla frente a él.

—So- Sólo dime Hob. —dice sintiendose tonto cuando el azabache le da una mirada curiosa. —Ha pasado un tiempo.

—Así es —Hob nota la sutil sonrisa amable formada por los finos labios. No se ven como los que ha besado de tantas diferentes mujeres, pero le hacen pensar que se ven lo suficientemente bien para ser besados.

Sin embargo, Hob no estaba allí para pensar esas tonterías tan atrevidas, sino para descubrir por qué no había muerto aún.

—¿Cómo sabías que iba a seguir aquí? —pregunta mirando atentamente al hombre frente a él —¿Quién eres? —frunce el ceño —¿Un mago? —intenta adivinar —¿Un Santo? —luego hace una pequeña pausa —¿Un demonio? —teme —¿Le vendí mi alma al diablo? —su voz tiembla, por supuesto, cuando esa idea pasa por su cabeza. ¿Estaba frente al mismísimo diablo? ¿Había pensando en besar los labios del diablo?.

Un escalofrío recorre su cuerpo.

Hob sabía que era conocido por ser un hombre libertino dedicado a los placeres del sexo en su tiempo libre, pero eso no significaba que llegaría a ese nivel. Aunque esperaba que no fuera eso, porque sería una decepción.

—No —aquel hombre responde.

—¿Y por qué no he muerto hace años?

Aquel hombre, Robert Gadling, mira a Sueño con sospecha. El Gobernante de la Ensoñación lo entiende, por supuesto, Muerte le había regalado algo que ningún humano poseía: la inmortalidad.

—¿Es un juego tal vez?

—No es un juego. —Sueño tiene la cara para mentir. Por supuesto que era un juego, una apuesta entre su hermana y él. Se había presentado allí en esa aún oscura taberna, sólo porque quería ganar. Aunque, también estaba curioso por lo que diría aquel hombre de aspecto desaliñado que conoció hace cien años.

No había nada especial en él, sólo había dicho las palabras suficientes para llamar la atención de dos dioses.

—Entonces... ¿Por qué? —la voz de Hob tiembla con tanta duda. —¿Quién eres? —vuelve a preguntar.

Y el mismo Sueño se pregunta si alguien como él le creería. Había vivido cien años, así que quizás podría, pero aún no revelaría su identidad. Sabía que ganaría rápido, así que no había intensión de decir quién era, a alguien que pronto moriría.

—¿Por qué estás aquí?

—Vine porque estoy interesado —es la verdad.

—¿En mi? —Hob se emociona ligeramente.

—En tu experiencia. —Sueño debía ser sincero al menos en eso.

—¿Y qué tengo que hacer?

—Nada. —aquello confunde a Hob. —Vive tu vida como decidas. —la persona que comenzaba a creer que era la muerte, le dice. —Y en este día cada cien años, nos reuniremos.

—Porque quieres saber qué se siente —Gadling comprende. No sabía aún quien era exactamente este extraño hombre de apariencia demasiado perfecta, pero estaba seguro que no estaba tratando con un humano ordinario. ¿Quizás un dios? Su curiosidad por la simple y aburrida vida humana, sólo lo hacía pensar en eso. —Bueno... —Hob se mueve en la silla, inclinándose hacia la mesa para apoyar un brazo sobre ella. —Te diré lo que siento.

Sueño se acerca, inclinándose también hacia la mesa, ansioso por escuchar lo que Gadling tiene que decir.

—Es lo mejor del mundo.

Esas palabras no fueron algo que Sueño esperara, por lo que su rostro se llena de sorpresa e incredulidad.

—Entonces quieres seguir viviendo. —dice sonriendo por la impresión. No puede creer que aquel humano aún quiera vivir.

—Ah.. sí. —Hob sonríe con seguridad.

—¿Qué has estado haciendo los últimos cien años? —Sueño se distrae con la curiosidad, su mirada brilla con la luz de las velas. ¿Qué podría ser tan asombroso, como para seguir viviendo tantos años?

Y Hob, que disfruta de la atención, comienza a relatar las cosas que al menos para él han sido un cambio admirable. Agregando sus propios progresos.

Sueño queda fascinado por la simpleza de la vida humana, las cosas tan pequeñas que les apasionan. Y aún así, él se queda a escuchar sobre soldados, la guerra, los naipes, las pulgas y la imprenta. Gadling tiene talento para hablar, manteniendo a Sueño entretenido con tonterías. No es hasta que ríe por una broma de Hob, que se da cuenta de lo que está haciendo.

Está conviviendo con un humano, de la manera en que su hermana lo haría. Y es algo que nunca haría.

Se levanta de golpe de la silla, asustando al humano. —Debo irme.

—Espera. —Hob se atreve a tomar la mano del hombre, quien se congela con una mirada alarmada. —No me has dicho quien eres.

—Hasta dentro de cien años. —es lo único que dice Sueño antes de soltarse del agarre del hombre, y salir de la taberna.

—Si. —es lo único que Hob puede decir mientras ve marcharse al extraño ser. Luego ve su mano, sintiendo aún la suave piel de quién conocía su condición inmortal. Lo había agarrado sin pensar, pero ahora quería volver a hacerlo conscientemente.

Mientras, saliendo de la taberna para volver a su reino, Sueño se regaña por haberse permitido llevar. Pero, cuando se detiene y lo piensa, hacia tiempo que no pasaba un momento así como alguien.

Viendo la mano que Gadling sostuvo, Sueño siente un pequeño aleteo en su corazón que le hace temer.

En cada época [Dreamling]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora