Desperté en la habitación, junto a Bill. Que dormía plácidamente, dándome la espalda. Mí intimidad dolía un poco, pero no tanto. Me levanto silenciosamente de la cama y camino de puntillas, sin hacer ruido.
Llego hasta la puerta, la cual por suerte estaba abierta. Salgo de la habitación y cierro lentamente la puerta. Camino hasta la habitación en la cual me iba a quedar y abro la puerta, encontrando con una habitación de color rosa pastel y blanco en las paredes. La cama era de época, decorada con cortinas rosas y las mantas de color rosa y blanco.
Me senté en la cama, sintiendo la comodidad de esta. La habitación olía a vainilla con frutilla, lo que me quitó el olor a podrido y descomposición de la habitación de Bill.
Tenía ganas de recorrer el castillo, así que voy a aprovechar de que Bill y Tom están durmiendo para poder conocer un poco. La señora Kaulitz dijo que no habían sirvientes ni personal aquí. Así que no me preocuparé de tener que ver a alguien por ahí y que me dé un paro cardíaco.
Camino hasta la puerta y salgo de la habitación, caminando por el pasillo decorado por una alfombra roja, las paredes eran de color negro, casi en todos los lados de las paredes se veían cuadros muy lindos y viejos. Camino hasta el final del pasillo, lo cual me tardo unos cinco minutos en terminar, y veo las escaleras en forma de espiral, bajo por estas, admirando el cuarzo blanco de las barandas. Llego al piso dos, que lo identifique ya que seguían habiendo escaleras abajo, pero no le tome importancia al segundo piso, ya que solo se veían habitaciones. Que no sabía para que tantas si solo son tres personas las que viven aquí.
Seguí bajando las escaleras hasta la planta baja, llegando a la sala de estar, que era inmensa. No la había visto, ya que dónde me recibió la Señora Kaulitz fue en una especie de entrada grande sin vista a las otras habitaciones.
Miraba la sala como una niña que recién iba a probar un caramelo nuevo. El sofá era inmenso, tenía forma de C, y al lado unos sofás pequeños, todos de color blanco, con cojinetes pequeños de color negro y rojo bordo. Una alfombra decoraba en frente de los sofás, tenía una textura muy suave y sedosa, tenía ganas de poder pisarlo y sentir ese tacto suave de aquella alfombra, pero quería seguir recorriendo el castillo. Mí mirada se dirigió al techo, que de este decoraban unos candelabro de cristal, iluminando cada rincón de la sala, haciendo que mí mirada quede en su forma tan fascinante. Para otros sería algo común, pero para mí todo esto era nuevo.
Baje la mirada y seguí caminando por el castillo llegando a la cocina, mire al techo, viendo que de este decoraban los mismos candelabros que en la sala. Mire la gran mesada de mármol negro, tocando de esta y sintiendo lo lisa y suave que era, los muebles eran de madera, mientras que las puertas de los muebles de arriba eran de vidrio, dejando ver las copas de vidrio, tan finas y elegantes, la nevera era negra, muy grande y espaciosa.
En eso mí mirada se poso en la puerta que llevaba al patio tracero, el cual quería ver desde que llegué aquí. Camine hasta la puerta y la abrí, saliendo del castillo, cerré la puerta de nuevo y camine unos centímetros, sintiendo el aire fresco chocar con mí cara y cuerpo. Camine por aquel patio, que en realidad era un enorme jardín decorado con laberintos de rosas blancas. Me acerque a la entrada del laberinto y toque los arbustos con rosas, pero sin darme cuenta toque uno de sus pinchos, cortandome sin querer y haciendo que sangre un poco.
Jadeé un poco al sentir el dolor, pero no fue tan grave y seguí caminando. Mí mirada se dirigió a esa especie de castillo más pequeño, camine más rápido para verlo, y era una iglesia.
¿Quien iba a tener una iglesia aquí? No lo sé, pero solo quería ver su interior.
Tarde unos 5 minutos en llegar allí, ya que la distancia era muy larga. Mire la estructura de la iglesia, arriba del todo tenía una cruz muy grande, las puertas eran grandes y de madera, median como unos 5 metros de alto y de ancho unos 3 metros.
Abrí las puertas grandes, con un poco de dificultad al ser tan grandes y pesadas. Mire el interior de la iglesia con asombro, eran tan grande, el gran ventanal con varios vidrios de colores, los candelabros de cristal no iluminaban, ya que no iba a venir nadie a esta hora y tampoco creo que haya nadie aquí como para venir. Camine por la alfombra larga de color rojo oscuro, mirando los asientos que estaban por todas partes del lugar.
Mí mirada quedó sobre la estatua de Jesús, que tenía los brazos abiertos.
Camine hasta el altar de cuarzo blanco, que en el había un mantel pequeño de color rojo. Toque el altar blanco y suave.
—¡Vaya, vaya, vaya! Ya veo que conociste la iglesia...—me sobresalte al escuchar las voz de alguien, me di la vuelta y el que estaba parado frente a mi, era Bill.
—Bill...¿Q-que haces aquí?—pregunte un poco asustada por su presencia tan inesperada, además de que con lo que había hecho me dejó aterrada.
—Al revés...Arabella.—dijo, mirando mis ojos ojos marrones. Y segundos después, se empezó a acercar a mí, haciendo que yo retroceda y mi cuerpo se estampe contra el altar.
Estábamos a centímetros del uno al otro, hasta que pegó nuestros cuerpos, atrayendome de la cintura.
—Perdon, solo quería conocer un poco.—mis palabras tropezaban unas con las otras, trabandome al hablar.
—Mmm...me da gusto que estés aquí. Elegiste bien el lugar.—dijo brindándome una sonrisa burlona.
—¿Elegir bien..?
—Si...—segundos después, tiró mí cuerpo contra el altar, haciendo que quede acostada sobre este. Sus manos agarraron mis muñecas, poniéndolas arriba de mí cabeza.
—¡Espera!¡Esto no está bien!—intente luchar contra el, pero su agarre era fuerte. Sostuvo con una manos mis dos muñecas, mientras que la otra la deslizaba por mis muslos.
Su boca se dirigió a la mía, quedando a escasos centímetros de distancia.—Quiero bautizar esos muslos, ser el único que toque tu cuerpo, ser el primero en darte algo mágico...
—No...y-yo no quiero eso...—al escuchar mis palabras, su rostro se alejo un poco del mío. Miro mis ojos, su rostro había cambiado a uno más sádico, con rabia y ganas de asesinar.
Soltó el agarre de mis muñecas y poso rápidamente sus manos en mí cuello, presionando este sin dejarme respirar adecuadamente.
—¡Ojala te pudras en el infierno, papá!
—B-bill- —mis manos intentaban sacar las suyas de mí cuello, pero no servía. Sentía que en cualquier momento iba a morir ahorcada.
Hasta que paro y me tiró al suelo. Mí cuerpo calló al suelo, mientras tosía y tranquilizaba mí respiración.
—Arabella. Vete al castillo ahora.—sus palabras me costaban entender, sentía que todo a mí alrededor giraba, veía borroso.
Pero me levanté del suelo, tambaleando y tosiendo.
—S-si-...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.