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Si de pésima suerte en el amor se trata, Tony se llevaba todos los premios:

-Una lista interminable de amantes sin rostro, nombre o sexo.

-Un ex que lo traicionó.

-Un matrimonio que fracasó.

Para sus 37, era más que atinado decir que era malo en eso de las relaciones. Podía ser que él fingiera que le daba lo mismo y que estaba bien con su vida de perpetuo casanova, pero en el fondo era pura mentira.

Y que forma más miserable de vida era el tener que admitirlo a fuerza, ahora que el último de sus amigos solteros al fin contraería matrimonio.

Rhodes se había casado.

Happy se había casado.

Nick se había casado.

Barton estaba casado. Y no contaría, pero el cabrón luego de años seguía siendo feliz. Así que eso computaba como una falta doble.

Pepper se había vuelto a casar.

Steve seguía con el inútil bueno para nada con el que lo engañó.

Pero todos los golpes fueron aceptables hasta que Bruce, el incondicional y leal Bruce, anunció que al fin dejaría de darle vueltas al asunto y daría el paso que su novia tenía 10 años esperando.

Y ahí estaba él, sin nadie, sin nada.

Mentira, tenía algo en el cuerpo. Y lo tenía en grandes cantidades. El vaso frente a él tiembla. Tuerce los labios. No era temporada de temblores y, que él supiera, la barra del bar no tenía un sistema hidráulico que hiciera pasar apuros a los ebrios como él, para desconcertarlos y hacerles creer que habían bebido más de la cuenta.

Aprieta los ojos, pero cuando los abre la cosa no ha mejorado. La música alta y fuerte rebota en su mente cuando tuerce el cuello para rebuscar el celular en su bolsillo.

—Ah, no, señor Stark. Lo siento, pero no podemos dejar que use el auto.

—Quítame las manos de encima —gruñe arisco al barman, que se había estirado para frenar su brazo.

El chico lo mira, pero no sabe decir si con paciencia, pena, asco o indiferencia. Está claro que tomó lo suficiente para no poder terminar de discernir si tenía los ojos claros, oscuros o bizcos.

—Iba a llamar para que pasen por mí —explica digno, sabiendo lo que le haría Pepper si tenía que cubrir la noticia de que le habían retenido las llaves en un bar gay, a las afueras de la ciudad y tocó sacarlo en taxi.

Oh, ella podría matarlo. No lo mató cuando aceptó que era un pésimo esposo, pero estaba seguro de que podría rebanarle el pescuezo si esa noticia llegaba a la prensa. En unos días tenía que cerrar el contrato para su siguiente gran película y ella le aclaró perfectamente que intente, por unas semanas al menos, no dejar que su vida íntima terminara en las garras de la prensa amarillista. Sin dudas no iban a darle el papel del príncipe azul al tío que salía ebrio del bar más gay de toda Nueva York, no señor.

Hollywood estaba bien con los gays, las lesbianas y los bisexuales. Pero solo con los que estaban casados o comulgaban con el sacrosanto celibato.

Nada de putos promiscuos. Nada de lesbianas engreídas con pensamientos empoderadores y feministas.

Y sobre todo, nada de perversos bisexuales que no querían admitir que eran putos, y usaban pobres mujeres para esconder su sodomía. Nah, nah. Eso no estaba bien visto.

Tony tenía tres reducidas opciones:

Se mostraba en público con un esposo (a ser posible medio feito o con cara de twink, para poder sostenerlo en el papel del macho follador)

Un giro del Destino │Starker AU │Donde viven las historias. Descúbrelo ahora