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—Entonces... ¿tienes una cita para mañana?

Peter rueda los ojos, sacando el casco de su moto de dentro del locker que trae su nombre en él. Junta aire y paciencia. Harley sabía su respuesta, dado que en la última hora lo había repetido al menos una docena de veces.

—Dirás hoy —lo corrige, sin regalar ni una mirada al reloj.

Su turno había terminado hacía seis horas. Pero nadie dijo que ser paramédico de los bomberos fuera el trabajo soñado si pretendías llegar siempre a horario a casa. Los problemas y los accidentes pasaban día a día. Más en una ciudad como Nueva York.

—Ya me entiendes... —canturrea Harley—. ¡Peter!

—No me pegues —gruñe echándose hacia atrás, cuando el bastardo de su amigo le da un puñetazo en el abdomen ni bien intenta irse sin dilatar más esa conversación.

—¡Han pasado años! —estalla frustrado, soltando al fin eso que tenía guardándose.

—Cuatro meses.

—Eres patético.

Peter rueda los ojos y alza las manos rendido. Podría golpearlo lejos de su camino e ir a casa sin mirar atrás. Pero no tenía sentido. Harley no dejaba jamás una discusión y mientras más rápido saliera de eso, más rápido podría ir a casa a sacarse el día de encima.

—Discúlpame, pero no soy una golfa como tú.

—Falta te hace. Vamos, si no tienes una cita, puedo cuadrar algo para ti —ofrece arqueando sugerentemente las cejas.

—¿Y debería sentirme agradecido? —bufa alzando con fastidio— Qué tan patético será el tío que quieres presentarme, si desde el vamos, es uno que no tiene ni una cita en San Valentín.

La mirada azul brilla maliciosamente cuando Peter cae en su propia trampa. Si el amigo de Harley era un patético, qué le quedaba a él.

—Era un chiste —se ataja con temor—. Sé cómo son tus "amigos". Paso. No me interesan.

—Mucho tiene para decir el perdedor que tampoco tiene una cita. —canturrea regodeándose de su penosa vida amorosa.

—Solo porque no quiero —aclara con fastidio, metiéndose de malos modos en una camiseta negra con el escudo de su guarnición en el pecho—. No porque no me lo hayan ofrecido.

Y esa era la cosa más real, y a su criterio triste, del mundo.

Peter tenía 25 años. Estaba en buena forma. Era bombero. Y más importante: gay. Llovían homosexuales en su dirección. El asunto era que estaba harto de eso. Estaba cansado de ser el bombero caliente que todos los chicos querían lucir del brazo. La idea de él era caliente, pero todos se olvidaban de que el fuego quema.

Su profesión, que tantas puertas abría, era la que más cerraba. Peter un millar de veces dejó tiradas a sus parejas. Fiestas a las que no podía llegar, aniversarios que se perdía y citas que debía abandonar. El teléfono sonaba y no era como si pudiera decir: "Lo siento, estoy en el cine. Dile a ese edificio que espere a que termine para derrumbarse".

Así todos pensarán que era fácil lidiar con eso, hasta que no pasaba un tiempo, no lo entendían.

Lo mismo pasaba con el morbo del peligro. A todos les parecía sumamente excitante verlo con el traje completo, pero esa emoción se transformaba en tensión y luego transmutaba al miedo, según el desastre en el que tuviera que ir a meter su trasero.

Era fácil ser novio de un bombero cuando tocaban las llamadas sencillas, aquellas que hasta podían ser graciosas. Pero eran pocos los que toleraban con estoicismo verlo llegar a casa cuando un niño moría ahogado y Peter, así lo intentó con su alma, no logró reanimarlo. Ahí era cuando la idea del novio bombero y sexy perdía lustre.

Un giro del Destino │Starker AU │Donde viven las historias. Descúbrelo ahora