Capítulo 4

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Desperté, con los primeros rallos de sol, y, como de costumbre, sola. ¿Dónde estaba Erick? Para mi sorpresa, la puerta se abrió, y un despeinado Erick entró con una bandeja de comida.

- Buenos días, dormilona –me sonrió y cerró la puerta.

- Buenos días –me senté en la cama –Aunque el dormilón aquí es otro...

- Ya... -dejó la bandeja encima de la cama y se rascó la cabeza –Estaba algo cansado.

- ¿El desayuno en la cama? –le sonreí.

- Claro, todo para mi reina –se sentó a mi lado y me pasó una taza de café.

- Vas a mal acostumbrarme, lo sabes, ¿no? –los dos reímos.

Terminamos de desayunar. Erick se levantó y cogió la bandeja.

- Vístete –casi me ordenó –Hoy será un día largo.

- ¿Qué pasa? –me levanté de la cama -¿Vamos a algún sitio?

- Hoy estaremos solos tú y yo –sonrió y salió por la puerta.

¿Solos? ¿Dónde iríamos?

Al final opté por ponerme unos pantalones vaqueros, una blusa rosa y una chaqueta negra. Me puse una coleta alta, y me maquillé un poco. En pocos minutos estaba lista. Recogí mi bolso y salí.

Erick estaba en la barra, hablando con varios de los muchachos. Al verme, se levantó y caminó hacia mí.

- Estás muy sexy –me susurró y besó mis labios.

- Gracias, tú también –me sonrojé.

Vestía unos pantalones negros, camiseta blanca y su chaqueta del club. Como todo un motero.

Se despidió de los chicos y fuimos fuera. Se montó en su moto y yo me monté detrás. Cómo el primer día, me abracé fuerte a su cintura y dejé caer mi cabeza en su espalda. Las puertas se abrieron y salimos.

Me sentía tan bien. Demasiado bien, para mi gusto. En muy poco tiempo, me había acostumbrado a sus brazos, a sus besos, a su olor y a todo él. Me había acostumbrado al club, y a las chicas. No parecían tan malos cómo creía. ¿Cómo podían tener a mi hermano secuestrado? No parecían malas personas...

La moto se paró. Habíamos llegado. Erick se bajó y se quitó el casco. Lo dejó encima de la moto y me ayudó a quitarme el mío. Entonces vi algo precioso.

Un lago, unos árboles y una pequeña casita vieja y algo abandonada.

- ¿Te gusta? –me miró sonriente y me ayudó a bajar de la moto.

- ¿Es tuya? –me sorprendí.

- Sí –sonrió orgulloso.

Volví a mirar a mí alrededor. Tenía unas vistas preciosas, con el lago y ese montón de árboles. Claro está, a la casa le hacía falta una buena reforma, pero podía quedar cómo nueva. Lo miré y sonreí.

- Es preciosa.

- Ven –me guió detrás de la casa.

Entró en la casa y salió con una manta. La puso en el suelo, encima de la hierba y nos sentamos con vistas al hermoso lago.

- La casa era de mis padres adoptivos –empezó a contarme –Cuando mis padres se casaron, tenía grandes esperanzas de tener hijos y formar una familia. Así que mi padre le compró ésta casita. Yo me críe aquí –sonrió –Aún recuerdo todas las travesuras y dolores de cabeza que le di a mi pobre madre.

Amor sobre ruedasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora