El devorador de arte - capítulo 9

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Bajamos.

Unas largas escaleras de madera nos separaban del que iba a ser el tramo final de nuestro viaje. Tenía un mal presentimiento, como si me estuviese adentrando en el mismísimo infierno, aunque no el idílico con fuego, sangre y rock and roll. No. Aquello tenía mala pinta de verdad. Y no era precisamente un infierno idílico con fuego, sangre y rock and roll. No. Techo bajo, muebles apilados tapados con mantas, olor a aceite de motor y fluorescentes amarillos: el escenario perfecto para una matanza.

—Aún no he podido decorarlo —se excusó Alejandro mientras bajábamos escalones—. Pero es agradable, ya verás. No es como un estudio, pero a mis chicas les gusta, así que...

Chicas.

Tenía chicas en el sótano.

Decenas de nombres de artistas vinieron a mi mente. Fantaseaba con la posibilidad de rescatar a Lady Sátira y Verónica Martínez Seta. Incluso me hacía ilusión la posibilidad de que fuera Núria Bosch. O Malena Giorgio. Cualquiera. Me valía cualquiera. Fuera quien fuese la elegida, me convertiría en su salvadora, y eso era bueno. No tanto el saber que a ellas las habían considerado más talentosas que a mí, pero en ese momento me tocaba ser la "buena" de la película, y tenía que actuar como tal. Si había alguien a quien salvar, lo haría...

Claro que, después de lo que había visto y vivido, era más que probable que ya estuviesen muertas, por lo que prefería no hacerme ilusiones.

—Y... ¡llegamos! ¡Chicas, abro!

Alejandro había construido un cubículo de paredes blancas en mitad del sótano. Una amplia sala de paredes circulares en cuyo interior, como pronto descubriríamos, había tres mesas de trabajo y varios armarios repletos de materiales de pintura de altísima calidad. Desde oleo a acrílico, pasando por acuarela, pastel, tinta y gouache. Había también lienzos en blanco, papel de distintos tamaños y densidades, pinceles y decenas de botes con productos para enmascarar, temperar y conseguir cualquiera que fuera la técnica que se buscase emplear.

Había de todo.

Embelesada, me quedé sin aliento. Aquello era lo más parecido que había visto jamás a la cueva de las maravillas. Encantada me lo habría llevado todo, llevaba toda la vida fantaseando con tener un tesoro como aquel. Y aunque todo lo que veía era impresionante, algo por encima de todo lo demás que hacía que me temblase el alma. Algo con lo que había fantaseado desde niña... un enorme maletín metálico en cuyo interior aguardaba una malgama de más de doscientos rotuladores de punta de pluma.

Mi maldito sueño hecho realidad.

¿Cuántas veces se los había pedido a mis padres? ¿Doce? ¿Trece? No recordaba un año en el que no los hubiese pedido para Reyes. Insistía e insistía... pero siempre había una buena justificación para el no: el precio, la disponibilidad, el espacio...

Tristemente, en realidad todo eran excusas para intentar enmascarar la verdad: no creían en mí. No consideraban que tuviese talento y no querían invertir en ello. Triste, ¿eh? Pues más triste aún era que ni tan siquiera lo hiciese yo. Al fin y al cabo, ¿por qué no me lo había comprado por mi cuenta en vez de esperar a que alguien me lo regalase? Cuatrocientos euros era mucho dinero, era cierto, pero podía permitírmelo. Sin embargo, no lo hacía. ¿Por qué?

Era un mal momento para tener una crisis existencial, lo sé. De hecho, era probable que fuese el peor de toda mi vida, pero era inevitable. Mientras que Alejandro hacía las presentaciones de Yolanda Deutsche y Jazmín Blanche, dos dibujantes de cómic muy de moda que había contratado, yo no podía dejar de mirar aquel maldito armario. Era tan impresionante...

Tan, tan impresionante...

—Así que aquí es donde trabajáis, ¿eh? ¡Qué interesante! —escuché decir a Rodrigo con fingido entusiasmo. Se le daba de maravilla mentir—. ¿Nos podéis enseñar algo?

NOIR - ¡Tres brujas!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora