Amor de padre - Capítulo 7

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Era la guerra.

Encerramos a mamá en el sótano y echamos a todos los clientes del restaurante. Después atrancamos las ventanas, arrastramos las mesas del salón hasta los laterales, y dejamos el centro libre para preparar la bienvenida a papá. Adriana, que vestida totalmente de negro y con aquella expresión de concentración absoluta parecía Terminator, vigilaba desde la puerta, mientras que Carol, mucho más nerviosa, revoloteaba de un lado a otro. A veces iba a la cocina para vociferar a mi madre que dejase de gritar y golpear la puerta, que la iba a derribar, y otras venía conmigo al salón, a preguntar una y otra vez qué pasaría cuando vertiese la pócima...

La respuesta siempre era la misma: cobraría vida. Mi gran obra demoníaca, aquella que había creado inspirándome en mi padre, saldría del papel y me obedecería como su creadora que era. Entonces yo le ordenaría que diera un buen susto a Gabriel... y al fin aquel maldito infiel comprendería que no podía tratar así a su familia.

Sí, se lo haría pagar bien...

—¿Estás segura que te obedecerá? —insistía Carol, mirando de reojo mi creación—. Estamos jodidas como se descontrole: es un monstruo horrible.

Era cierto. Era uno de los seres más perturbadores que había creado jamás, y me sentía profundamente orgullosa de él. De mi padre tenía el color fuego de sus huesos, las pecas que marcaban la cornamenta y la sonrisa enorme. Sonrisa de loco. El resto de las características pertenecían a mi mente y mi inspiración, gracias a las cuales había creado un ser humanoide descarnado cuyos ojos eran dos bolas de fuego violetas. Era enorme, de más de tres metros de altura, y con una espalda arqueada que se curvaba hasta lograr que sus largas garras delanteras rozaran el suelo. Sus uñas, largas y afiladas como puñales, estaban moteadas por pecas, al igual que sus colmillos, los cuales sobresalían de sus enormes fauces. Tenía un hocico alargado y ancho, los orificios nasales en forma de corazón y unos poderosos cuernos que se alzaban sobre su cabeza trazando un complejo trazado que recordaba al de un ciervo.

Sí, sin duda era una criatura hermosa...

—Tranquila, yo lo controlo —le aseguré.

—Empiezas a parecerte a Víctor Frankenstein con tus monstruos, lo sabes, ¿verdad?

Quise frotarme las manos y soltar una carcajada malévola, contagiada por la intensidad del momento, pero el aviso de Adriana me lo impidió: había llegado el momento.

Las tres nos reunimos en el centro de la sala, con dos velas encendidas a nuestros pies. El resto del restaurante estaba sumido en la oscuridad absoluta, algo antinatural en nuestro local a aquellas horas. Sorprendido por ello, mi padre recorrió los últimos metros a la carretera. Escuchamos sus pasos al otro lado de la puerta hasta que, de golpe, la puerta se abrió.

Apareció ante nosotras como un gran gigante rojo.

—¿Hola? —preguntó con cautela. Después, tras pasear su mirada confusa por la sala hasta chocar con nosotras, endureció la expresión—. ¿Qué está pasando, chicas?

Chicas.

Una conexión fraternal chisporroteó entre nosotras, más fuerte que nunca, haciendo danzar las llamas a nuestros pies. Incluso sin apartar la mirada de la entrada, sentí que las tres dibujábamos una levísima sonrisa como respuesta. Perfectamente sincronizadas.

Como si cada una de nosotras fuera la proyección de las otras.

—Tú te crees muy listo, ¿verdad? —preguntó Adriana en tono alegre. Fingía, por supuesto, por dentro echaba fuego, pero lo hacía muy bien—. Te crees que puedes hacer todo lo que te dé la gana porque nunca nadie se va a dar cuenta... pues te equivocas: a nosotras no se nos puede engañar, papá. Ni tú, ni nadie.

NOIR - ¡Tres brujas!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora