Amor de padre - Capítulo 0

72 10 4
                                    

¿Cómo imaginar que, después de tanto tiempo evitándolo, iba a enamorarme?

Bueno, quizás sea exagerar. No llegué a enamorarme, pero sí que fue la primera vez en mucho tiempo que al fin encontré a alguien con quien compartir algo más que una amistad. Y para sorpresa de todos, sobre todo para mí, se trató de alguien a quien conocía desde hacía mucho tiempo... alguien que, recién salido del océano de la mano de la capitana Samantha Iruña, entró en mi vida para cambiarla para siempre.

Supongo que sabéis de quién hablo, ¿no? Del flamante enterrador de pelo negro y sonrisa infinita. Pues ese mismo, ¿de quién sino?



Me dolía la cabeza. Tumbada en mi habitación, con la mirada fija en el techo, me preguntaba cuánto tardaría en hacer efecto la pócima que me había preparado mi padre. Le había pedido un ibuprofeno, para intentar ser prácticos, pero se había negado a darme ningún medicamento. De hecho, la simple petición le había escandalizado. Algo curioso teniendo en cuenta que era el catador oficial de paracetamoles de casa, pero no me quejé. No podía.

Para ser sinceros, no quería llevarle la contraria. Mi padre estaba aún dolido por lo que había pasado el mes pasado, cuando un friki psicótico de los videojuegos había intentado asesinarme, y prefería no empeorar las cosas. Mi familia me echaba en cara que no les hubiese pedido ayuda. Se habían ofendido enormemente al descubrir lo ocurrido, pero aún más de que no hubiese contado con ellos. No entendían que les hubiese dejado de lado... y teniendo en cuenta que éramos familia, podía entenderlo. Poco importaba que me hubiesen ignorado al principio: la sangre manda.

Así pues, precisamente porque la situación era un poco tensa estaba aguantando las ganas de tomarme una maldita pastilla. Tenía la sensación de que la cabeza me iba a estallar, y ni tan siquiera la paz que se respiraba en el restaurante ayudaba. De hecho, tanto silencio era antinatural. Era como si, incluso siendo media mañana, todo estuviera vacío.

Muy raro. Demasiado incluso para ser normal...

En realidad, no lo era. Por suerte, no tardé en descubrir el motivo. Una hora más tarde el estruendo de la llegada de decenas de personas al restaurante resonó por todo el edificio. Me puse en pie de un salto, sorprendida ante el inesperado estallido de ruido, y me asomé por la ventana para ver qué pasaba. Y allí estaba. ¡Había vuelto! Después de casi un año fuera, la mismísima Samantha Iruña, capitana de la temible Reina Negra, había vuelto.

Admiraba a aquella mujer. Pasando por alto que fuese la secuestradora de Rodrigo y que a sus espaldas cargase con muchas más muertes de las que los medios se habían hecho eco, lo cierto es que era única. Inteligente, astuta y feroz como pocas, aquella pirata llevaba más de cinco décadas saqueando las costas con su navío negro. Ni había batalla que no venciese, ni enemigo que la asustara. Allí donde ponía el ojo, su embarcación arrasaba con cuanto encontraba, llenando sus bodegas con todo tipo de fortunas que, con el tiempo, acababa invirtiendo en el Puerto.

Era, en definitiva, uno de nuestros grandes mecenas. Alguien por quien todos sentíamos un gran respeto y gratitud, y es que, de no ser por ella, jamás habríamos podido prosperar tanto.

Además, Samantha era una gran clienta. Cada vez que pisaba tierra, una vez al año, acudía al restaurante con toda su tripulación y organizaba un gran banquete. Consumían hasta vaciar las despensas y dejaba una enorme propina para todos. Incluso para mí, a pesar de no estar nunca. O casi nunca. Aquel año era una excepción, y aunque aún seguía con bastante dolor de cabeza, decidí que no iba a perder la oportunidad de participar de aquella gran velada.

Tenía que verla con mis propios ojos.

Animada, bajé a la planta baja y acudí al encuentro de mi hermana Carolina en la barra, desde donde contemplaba a mi padre dar la bienvenida a la clientela. Como de costumbre, Gabriel Batet se mostraba muy efusivo, estrechando la mano a todo aquel que cruzaba la puerta. Incluso abrazó a la capitana, cuya reacción fue mantenerse tiesa como un tronco.

Había cosas que nunca cambiarían.

—¿Qué te parece? ¡Ha vuelto! —exclamó Carol con entusiasmo. Parecía especialmente contenta aquella mañana—. Supongo que ya sabes por qué, ¿no?

—¿Debería?

Debería, por supuesto, pero como de costumbre vivía demasiado aislada en mi propio mundo como para ver más allá.

—¡Pues claro! Se cumplen quince años desde lo de Rodrigo. ¡Quince años! Madre mía, qué rápido ha pasado todo... en fin, al menos eso sí que sabes lo que significa, ¿no? ¡Tu amigo el gigante vuelve a ser libre! ¡Me alegro tanto por él! Me pregunto cuánto tardará en irse...




¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


NOIR - ¡Tres brujas!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora