Amor de padre - Capítulo final

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—De veras, a veces creo que soy adoptado.

—Más quisieras...

—En serio, ¡estáis locos! Lo he visto todo desde el faro y, créeme, no podemos ser de la misma familia: ¡es imposible!

—Eh, a mí no me culpes, ha sido cosa de papá.

Pocas cosas había tan placenteras en mi vida que tomar un zumo de piña en el sofá de mi hermano con él mirándome como si fuera un bicho raro. Habían pasado solo doce horas desde que nuestro auténtico padre había vuelto, pero a mí me parecía una eternidad. De hecho, era como si no se hubiese ido nunca. Después de un mes de vacaciones en la Isla de Pascua, papá había vuelto tan cargado de recuerdos y regalos que había sido un auténtico milagro que hubiese podido escapar del restaurante. Y eso que había prometido quedarme a aguantar toda la chapa hasta el final... Definitivamente mis hermanas me iban a volver odiar por haberlas dejado tiradas, pero valía la pena.

—En serio, ¿qué clase de padre pide a un amigo que se haga pasar por él para poder irse de vacaciones? ¡Es que no me lo creo!

—Pues el tuyo, Arturo, como si no lo supieras...

—Ya me extrañaba a mí que estuviese tan activo. Papá da una carrera como las que daba ese tío y le da un infarto.

—Lo peor es que lo acordase con mamá y no nos dijeran nada. Creyeron que sería la mejor manera de mantener la "normalidad" de cara a la clientela... como si esto fuese a hundirse porque él no estuviera, vaya. Pero vamos, que a mamá le ha salido redondo: nunca la he visto tan feliz como estos días. En el fondo, son tal para cual...

Arturo y yo nos miramos, primero con seriedad, después con una sonrisa, y por último con una carcajada. Sí, todos sabíamos lo que habría pasado de no haber estado Gabriel presente. Adriana habría tomado las riendas y, basándome en lo que había visto en las últimas horas, habría provocado una guerra civil. No contra mi padre, eso estaba claro, pero quizás sí contra mi madre, o entre las hermanas. O contra los vecinos. A saber. Lo que estaba claro era que habría acabado muy mal... Por suerte todo había acabado y me sentía muy aliviada por ello. Ahora que había vuelto, era más consciente que nunca de lo mucho que había echado de menos a mi auténtico padre.

El único capaz de sanar todas las heridas con un simple abrazo.

El jefe Wesley.

—Por cierto... ya vi que tu amiguito os echó una mano en el cementerio.

Su mera mención me sorprendió. Arturo se había cuidado muy mucho de no hablar de él.

—¿Raúl? Sí, la verdad es que fue de ayuda.

—Es un tipo valiente.

—Eso parece, sí.

—Y no es feo del todo... —Le dio un sorbo a su zumo—. Y juega bastante bien al Fornite.

Sorprendida, abrí mucho los ojos, sin disimulo alguno.

—¡Habéis estado jugando juntos! —exclamé con entusiasmo.

Mi hermano no pudo negar lo evidente. Eso sí, giró la cabeza para no tener que mirarme, fingiendo haberse ofendido.

—Hemos probado, sí, y no lo hace nada mal. Quién sabe, puede que volvamos a jugar juntos alguna otra vez... no parece mala gente...

—¡Te dije que te caería bien! —aseguré con alegría. Le rodeé el cuello para plantarle un escandaloso beso en la mejilla del que no pudiese huir—. ¡Gracias por darle una oportunidad, en el fondo eres un sol!

—Bueno, bueno... no te emociones tampoco mucho, ¿eh? —respondió, haciéndose el duro—. Que solo he dicho que vamos a jugar a la consola... eso sí, cada uno en su casa... No creo que vayamos a hacernos amigos, pero... deja de sonreír... ¡he dicho que dejes de sonreír, Bianca...! ¡Bianca...!

Mi padre estaba de vuelta, había firmado la paz con las trillizas y mi hermano empezaba a abrirse de nuevo... ¿qué más podía pedir? Y no vale mencionar a Rodrigo, que conste. Ahora Raúl ocupaba su lugar, y me gustaba el cambio. Era simpático, guapo y estaba interesado en mí. En definitiva, que era el tío perfecto para alguien como yo, que rehuía del amor. Porque, por muy encantador que fuera, mi corazón no pertenecía al enterrador.

Al menos no a ese.



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NOIR - ¡Tres brujas!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora