Amor de padre - Capítulo 8

36 13 2
                                    

—¡Te he dicho que pares!

Odiaba que nadie me obedeciera. Lo había vivido desde siempre en casa, donde nadie me había prestado la más mínima atención, y ahora volvía a sucederme con mi mascota.

Era terrible.

—¡Joder, ¿estás sordo o que!?

Lo estuviera o no, mi cachorro me ignoraba. Cegado por la adrenalina que le provocaba no solo dar caza a mi padre, sino destruir medio restaurante a su paso, no oía nada. La concentración era absoluta. Y por el modo en el que sus zarpas se balanceaban de un lado a otro, estaba claro que el concepto "no matar" no le había quedado claro. Un golpe de los suyos podría acabar con cualquiera. Por suerte, mi padre se movía con una gracilidad impropia para un padre de familia de cincuenta años. De repente, se había convertido en un auténtico maestro de las acrobacias, y en cierto modo daba gracias por ello. Lo que en teoría debería haber sido un susto, se nos estaba yendo de las manos.

Decidida a acabar con aquella locura, decidí detener a mi pequeño lanzándole una silla. Mi idea era que le alcanzase de pleno en la espalda y, por fin, me obedeciera al girarse y ver mi cara de mosqueo. La realidad, sin embargo, fue distinta. Lancé la silla, sí, pero mis fuerzas eran tan limitadas que apenas le alcanzó. Le golpeó en los tobillos con tanta suavidad que no se percató de nada. Siguió a la suya.

Maldije por dentro... pero rápidamente sustituí mi queja por una ovación cuando, a mi lado, Adriana lanzó por los aires otra silla. Ella sí que tenía fuerza, además de mucha puntería. El mueble voló y se estrelló de pleno en la nuca de la bestia, arrancándole un gemido de dolor. Mi pequeño se giró... y supe que estaba enfadado.

Muy enfadado.

Tanto que no me quedó más remedio que interponerme entre él y mi hermana Adriana, a por la que se había lanzado de cabeza. Cuál fuese su objetivo, preferí no pensarlo. Simplemente me planté en medio, y cuando sus zarpas volaron hacia nosotras, di por sentado que me iba a partir por la mitad.

Ay, Rodrigo, si hubieses estado ahí seguro que habrías intentado salvarme. Te habrías adelantado cual caballero ambulante y me habrías ahorrado un buen golpe... Por desgracia, mi querido amigo estaba muy lejos, y nadie pudo evitar que las zarpas del monstruo me golpeasen de pleno. Al reconocerme pudo evitar que el ataque fuera mortal, como había pretendido que fuera con Adriana, pero incluso así, tal fue la violencia que salí despedida contra la pared.

Volé como una paloma.

Me estrellé contra una de las mesas y caí al suelo con violencia. Mi cabeza chocó con la madera y por un instante todo quedó en blanco. Pero solo fue un segundo. Un parpadeo después ya había vuelto en mí y me hallaba tirada en el suelo, con un grito de dolor en la garganta y los ojos orientados hacia la acción. Y la batalla seguía. A unos metros ante mí, alzándose como una bestia del inframundo, mi cachorro se disponía a golpear a mis hermanas...

¿Veía doble?

No. Carol se había unido a la batalla. De hecho, se hallaba junto a mi hermana, deteniendo los ataques de mi mascota con unas sillas que acababan de coger. Por el momento la madera aguantaba, pero no lo haría eternamente.

—¡Para! —grité yo desde el suelo—. ¡Deja en paz a mis hermanas!

Ignorándome por completo, el monstruo volvió a atacar, pero ellas se defendieron con maestría. Le golpearon con fuerza en las manos y las costillas, y la bestia retrocedió, acobardada. Justo entonces, mi padre le partió una tercera silla en la espalda. Mi pequeño gritó de dolor, giró sobre sí mismo, lanzando las zarpas hacia delante, y golpeó de pleno a papá, estampándole de espaldas contra el suelo. Gabriel rodó de espaldas varios metros, golpeándose la cabeza al caer, y rápidamente interpuso los brazos cuando las garras del monstruo volvieron a caer sobre él.

NOIR - ¡Tres brujas!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora