XXIII

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Amara se tambaleó con la flecha clavada en la cabeza, se inclinó hacia adelante y cayó, muerta. Mattie no dejó pasar la situación y tomó su mochila, llena de flechas, una linterna y un revólver hasta el fondo. Se dirigió hacia la casa, armado.

Mientras tanto, Diego había bajado a la cocina, alumbrando con su linterna la estancia.

―Hola, ¿hay alguien aquí? ―dijo, imitando la voz de Camilo.

―Es Camilo ―susurró Michelle a Daniel, escondidos abajo de la pequeña mesa.

―No puede ser él ―advirtió―, Camilo no trajo una linterna.

―Pudo haber sido de Desconocido, ¿no?

―Es improbable... ―formuló un plan en su cabeza―. Tengo una idea.

Daniel agarró un pedazo de vidrio que había en el suelo sigilosamente y lo tiró bastante lejos. El sonido despistó a Diego y provocó que se fuera hacia la sala, extrañado.

―¿Quién está ahí? ―dijo con su voz normal, mientras sacaba un revólver de su mochila.

―Tenías razón ―Michelle pensó un segundo.

―Te lo dije. Hay una pequeña chance de dejarlo inconsciente, pero sólo si lo hacemos rápido.

―¿Qué estás pensando?

―Podemos agarrar un objeto pesado y golpearlo re fuerte, pero tiene que ser algo como una sartén o una escoba...

―Con una sartén, a lo Rapunzel.

Se dirigieron sigilosamente al lavadero, donde sacaron una sartén de unos 25 centímetros de diámetro. Con mucho cuidado de no hacer ruido alguno, fueron hacia Diego. Éste se percató de la presencia de alguien; volteó y Michelle le propinó un golpe tan fuerte en la cara que lo dejó inconsciente ―y con la nariz sangrando―. En toda la distracción, Michelle agarró su celular del suelo y lo guardó para que nadie lo viera. El sonido alertó a Dánae, quien se encontraba en el tercer piso, buscando a Nico y Nacho en el cuarto de sus padres, lo que hizo que bajara. Michelle y Daniel aprovecharon y corrieron al patio, donde se encontraron con Mattie, tensando el arco.

―¡Mathias!, ¡somos nosotros, inútil! ―exclamó Daniel.

―Ah, perdón ―bajó la guardia―. La costumbre, sabes. A todo esto, ¿de quién están escapando? Si Amara ya está muerta.

―¿Amara? ―cuestionó Michelle―. Nosotros dejamos inconsciente a Diego.

Luego de cambiar miradas desconcertadas, cayeron en cuenta.

―Aah... Hay más de un desconocido ―razonó Mattie.

Escucharon pasos cerca a ellos, lo que hizo que, gracias a una escalera en el patio, subieran al techo ―el único lugar que se veía seguro en ese entonces―. Al estar los tres arriba, se encontraron con Nicolás, Nacho, Alexis, Shaden y Nirvana, quienes, muy coincidentemente, tuvieron la misma idea de subir. Eran exactamente las 9:20 PM, faltaban 10 minutos para que se termine el juego.

―¿Lograron escapar de Samuel? ―preguntó Alexis, preocupado.

―¿Samuel? ―preguntaron los tres al unísono; se miraron preocupados.

Michelle, Daniel y Mattie les explicaron todo: los tres impostores, cómo hicieron para dejar inconsciente a Diego, etcétera.

―Creo que son 4 ―explicó Nicolás―. No sé quien fué, pero ví a alguien que nos estaba buscando a Nacho y a mí. Llevaba botas negras estilo militar.

En eso, escucharon un traqueteo por las escaleras y encontraron a Diego, sosteniendo a Dánae por el cuello mientras apuntaba a su cabeza con el revólver. Daniel agarró el arco de Mattie y apuntó a la cabeza de Diego.

―¿Tan rápido te recuperaste? ―preguntó Michelle, a modo de broma.

―Sí, sí, sí. Ahora, Daniel: o bajas el arco o ―quitó el seguro del arma― tu hermanita se muere. ¡Tú decides!

―¡Daniel, mátalo! ―suplicó Dánae.

Daniel estaba jadeando, ansioso. Estaba decidido a acabar con Diego, pero no podía arriesgar la vida de su hermana.

―Dánae, agáchate.

Ésta obedeció y, sin temblar, Daniel disparó al cráneo de Diego. Él se limitó a sonreír y a lanzarse por el tejado, riendo. Dánae corrió a abrazar a Daniel, llorando.

―¡Dios mío, Dani, gracias! ―exclamó mientras lo abrazaba.

Nicolás miró con detenimiento las botas de Dánae: color negro estilo militar. Ella estaba sacando un cuchillo de su sudadera, Nicolás razonó, le susurró algo rápido a Michelle en el oído y...

―¡Daniel!, ¡¡es una trampa!! ―exclamó.

Dánae iba a apuñalar el cuello de Daniel, pero máximo llegó a su brazo derecho. Su víctima le lanzó una patada, que la hizo retroceder y caer de espaldas en el mismo techo. 

―Cobarde ―le dijo―. Incluso a tu propio hermano. ¿Cómo es que eres capaz de hacer algo así? ―preguntó con decepción mientras se agarraba el brazo.

―Tengo mis razones, Dani ―se reincorporó―. Y, viendo la cantidad de sangre que estás perdiendo, la mejor excusa sería decir que estábamos en un robo, tú intentaste defenderme pero te apuñalaron. Buena idea, ¿no?

―No tienes ninguna razón, maldita psicópata.

En casi nada de tiempo, unas sirenas policiales se escucharon desde la entrada de la casa de Nicolás e Ignacio.

―¡¡¡Manos arriba!!! ―gritaron mientras los apuntaban con revólveres.

―Ups. Se te acabó el juego, hermanita. Ojalá la cárcel sea un lindo lugar ―sonrió adolorido.

―No... ―retrocedió asustada―. No, no, no, ¡NO!

Con el mismo cuchillo con el que casi asesina a Daniel, se suicidó, cortando sus propias venas del cuello.

―Te odio ―y cayó al suelo. Dánae murió exactamente a las 9:30, hora en la que finalizó el  juego. Los miembros originales del grupo sobrevivieron.

Los policías llevaron a los chicos a sus casas y dejaron a Daniel en el hospital; había perdido mucha sangre y necesitaba de bastante reposo.

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