||• Capítulo 7 •||

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Cuando Harry y Malfoy regresaron a los dormitorios de Slyterin encontraron a los demás esperándolos en la sala común apesar de lo tarde que era, Malfoy se fue a dormir sin querer hablar sobre lo que vieron en el bosque pero Harry les comenzo a contar lo que había sucedido.

Harry no podía sentarse, se paseaba de un lado al otro, ante la chimenea, todavía temblaba.

—Snape quiere la piedra para Voldemort… y Voldemort está esperando en el bosque… ¡Y todo el tiempo pensábamos que Snape sólo quería ser rico!

—No digas su nombre —dijo Theo en un aterrorizado susurro, como si pensara que Voldemort
pudiera oírlos.

Harry no lo escuchó.

—Y si Snape consigue la piedra, entonces Voldemort podrá venir y matarme. —sentenció fríamente

Todos se quedaron en silencio con un rostro afligido sin saber que decirle a su amigo, pero Daphne encontró unas palabras de consuelo.

—Harry, todos dicen que Dumbledore es el único al que Quien-tú-sabes siempre ha temido, con Dumbledore por aquí, Quien-tú-sabes no te hara daño.

Todos se fueron a la cama apoyando el comentario de Daphne, pero las sorpresas de aquella noche no habían terminado.

Cuando Harry abrió la cama encontró su capa invisible, cuidadosamente doblada, tenía sujeta una nota:

Por las dudas.

Harry nunca pudo recordar cómo se las había arreglado para hacer sus exámenes, pues una parte de él esperaba que Voldemort entrara por la puerta en cualquier momento, sin embargo, los días pasaban y no había dudas de que Fluffly seguía bien y con vida, detrás de la puerta cerrada.

En el invernadero hacía mucho calor, en especial en el aula grande donde se hacian el examen por escrito, les habían entregado plumas nuevas, especiales, que habían sido hechizadas con un encantamiento antitrampa.

También tenían exámenes prácticos, el profesor Flitwick los llamó uno a uno al aula, para ver si podían hacer que una piña bailara claqué encima del escritorio, la profesora McGonagall los observó mientras convertían un ratón en una caja de rapé, ganaban puntos las cajas más bonitas, pero los perdían
si tenían bigotes, Snape los puso nerviosos a todos, respirando sobre sus nucas mientras trataban de recordar cómo hacer una poción para olvidar.

Harry lo hizo todo lo mejor que pudo, tratando de hacer caso omiso de las punzadas que sentía en la frente, un dolor que le molestaba desde la noche que había estado en el bosque, no podía dormir por las noches, pues se despertaba por culpa de su vieja pesadilla, que se había vuelto peor, porque la figura encapuchada aparecía chorreando sangre.

Tal vez porque ellos no habían visto lo que Harry vio en el bosque, o porque no tenían cicatrices ardientes en la frente, pero los demás no parecían tan preocupados por la Piedra como Harry, la idea de Voldemort los atemorizaba, desde luego, pero no los visitaba en sueños y estaban tan ocupados repasando que no les quedaba tiempo para inquietarse por lo que Snape o algún otro estuvieran tramando.

El último examen era Historia de la Magia, una hora respondiendo preguntas sobre viejos magos
chiflados que habían inventado calderos que revolvían su contenido, y estarían libres, libres durante toda una maravillosa semana, hasta que recibieran los resultados de los exámenes, cuando el fantasma del profesor Binns les dijo que dejaran sus plumas y enrollaran sus pergaminos, Harry no pudo dejar de alegrarse con el resto.

—Esto ha sido mucho más fácil de lo que pensé —dijo Hermione, cuando se reunieron con los demás en el parque soleado— No necesitaba haber estudiado el Código de Conducta de los Hombres Lobo de 1637 o el levantamiento de Elfrico el Vehemente.

Una Historia DiferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora