El Ministerio de Magia
—Mantente cerca de mí y no veas a nadie directamente a los ojos.
Hagrid, el hombre de gran cuerpo robusto, cruzó la línea del ascensor junto a su acompañante que venía tras él. Este, de forma contraria, salió con pasos lentos de aquel sitio sumamente estrecho. Los ojos de esta persona estaban ensanchados y su rostro mostraba asombro. Su admiración había estallado una vez que la cabina telefónica roja, ubicada en una de las calles de Londres, había empezado a descender.
Henry, a pesar de haberse propuesto estar preparado para cualquier eventualidad relacionada con lo anormal, el lugar majestuoso lo llevó a cuestionar la propia racionalidad. Era una escena inimaginable.
Dentro del Ministerio de Magia, un sinfín de personas se agitaban, yendo y viniendo en un frenesí constante. La vestimenta de estas personas era completamente ajena al mundo que Henry conocía; lucían exquisitamente singulares con sus largas capas y sombreros extravagantes.
Pero lo que captó más su atención fue la forma en que algunos de ellos aparecían de manera espectacular entre llamas verdes chispeantes, emergiendo de criptas incrustadas en las grandes paredes del enorme pabellón. Cada sujeto que surgía del fuego se unía a la vasta multitud con naturalidad, como si fuera parte de un ritual cotidiano.
—Será mejor que nos apresuremos—murmuró Hagrid con cautela, avanzando hacia adelante con prisa.
—¿A dónde nos dirigimos?—preguntó Henry, siguiendo los pasos de Hagrid, mientras contemplaba todo alrededor con curiosidad.
—Al departamento de seguridad mágica—le contestó Hagrid.
—¿Y dónde se encuentra ese lugar?
—Segunda planta.
—¿Ahí está Harry Potter?
—No. Temo que él no se encuentre en el ministerio.
Cuando entraron en el ascensor, una marea de personas entró junto a ellos, apretujándolos y empujándolos hacia el fondo del habitáculo. Un silencio sepulcral envolvió a todos mientras el ascensor ascendía lentamente. Solo cuando la puerta se abrió y la gente comenzó a salir, el silencio se rompió.
Una vez que se despejó el camino, Henry miró a Hagrid, aún confundido por la situación. — Si Harry Potter no está aquí, entonces... ¿qué hacemos nosotros?—preguntó, buscando respuestas.
—Solo hay una persona en este lugar que sabe el paradero de Harry —explicó Hagrid, saliendo del ascensor.
—¿Su paradero? ¿No sabes dónde está?
—Lamentablemente no. La última vez que supe de él estaba en Suiza, pero eso fue hace semanas—respondió Hagrid.
—¿Suiza? ¿No tienes idea de dónde podría estar ahora?
Hagrid asintió con solemnidad. —Es cierto. Las últimas competencias del Quidditch internacional se llevaron a cabo allí, pero desde entonces no he sabido nada de su paradero.
El rostro de Henry reflejaba su desconcierto. Antes de poder formular su próxima pregunta de qué era el Quidditch, Hagrid lo detuvo con un gesto.
—Espera aquí, volveré enseguida —ordenó Hagrid antes de detenerse abruptamente y avanzar hacia un lugar, dejando a Henry solo con sus pensamientos.
Los ojos de Henry siguieron la figura de Rubeus Hagrid, quien avanzaba con paso firme hacia un escritorio donde una mujer mayor, de semblante malhumorado, hacía las veces de recepcionista. Henry se sintió tentado a acercarse para escuchar la conversación entre ambos, pero antes de que pudiera moverse, una distracción lo detuvo en seco.
ESTÁS LEYENDO
DIVINO// Harco-Mpreg//
FanfictionComo las olas, llegas. Envuelto en magia, me invades, me llenas. Y cuando quiero que te quedes, te vas. Y cuando menos lo espero, estás. Poesía de Emma Arévalo.