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Snape apretó sus manos, mirándolas moverse detrás de la gruesa capa de lana que las protegía de las altas temperaturas del invierno. En lo más profundo de su cabeza, podía escuchar las palabras de Lucius una y otra vez, repitiéndose en su cabeza como un cántico que no conseguía fin.

"No queremos que tus preciosas manos se estropeen, ¿Cómo harás las mejores pociones de Hogwarts sin ellas?" Dijo al entregarle los guantes.

Aquello lo había hecho sonreír, de manera fugaz, pero no había cosa que pudiese escaparse de los rápidos ojos verdes del Malfoy, por más pequeño que el gesto fuese.

No estaba muy acostumbrado a recibir gestos amables de la gente, por lo que no sabía qué decir en momentos como esos. Crecer en un ambiente familiar hostil y luego experimentar acoso escolar durante años, construía cierta percepción en Severus de la que no era muy sencillo deshacerse. Él era muy joven cuando conoció el más puro y genuino odio que un ser podía sentir para con otro, y viniendo este de su padre, la idea de que él podía ser una persona indeseable comenzó a desarrollarse en su cabeza, hasta reventar en confirmación, muchos años más tardes.

Él nunca hablaba de ello, no lo decía, siquiera mencionaba con las personas más allegadas a su persona. Consideraba que mostrar ese lado tan pobre y patético de su persona, solo generaría lástima en quien pudiese escucharlo y él prefería ser despreciado, a convertirse en un pequeño perro apaleado que necesitaba de la ayuda y los mimos de una mano desconocida. No, él era mestizo, pero en sus venas la sangre de los Prince corría como kelpies cabalgando sobre las furiosas olas de un mar en tempestad, lo que lo convertía en una persona sumamente orgullosa y peligrosamente determinada. Podrían herir su cuerpo y quebrar sus huesos, pero su dignidad jamás podría ser aporreada por nadie más que él mismo.

Aún así, la oscuridad era una masa que carcomía y destruía, y Severus tenía la piel muy gruesa, pero también era brillante y las consecuencias que venían con serlo, era su habilidad natural de tomar algo y deshacerlo en su cabeza hasta buscarle un significado. Y desde niño, él había ido coleccionando los insultos y apodos que recibía, los memorizaba y anotaba en las paredes de su mente, los guardaba dentro de tubos de ensayo y los disolvía en ácido, hasta encontrarle una razón, un motivo de existir.

Y así, Severus Snape buscaba la verdad detrás de todos los nombres que era llamado, desechando aquellos sin sentido y conservando los que no podían ser enterrados, y se los creía. Él era indeseable, sí, no era agraciado, por supuesto, ni tampoco merecía ser tratado con la más mínima pizca de amabilidad, porque el mundo no estaba hecho para personas como él, sino para seres de gracia y belleza inalcanzable, que pudiesen hacer sentir su presencia sin siquiera tener la necesidad de presentarse ante todos. El mundo no le pertenecía a las serpientes pálidas y llenas de cicatrices que se arrastraban entre las sombras, sino a las de colores brillantes y colmillos ponzoñosos, que reptaban con orgullo y se bamboleaban ante los ojos maravillados de las personas. Así mismo, el mundo era de los leones, con melenas doradas y el valor de miles ejércitos.

Por eso, él no recibía obsequios. No celebraba sus cumpleaños, aunque no celebraba nada en lo absoluto, aquella era una practica que se había vuelto obsoleta para una persona que solo llevaba registro de su edad por motivos médicos. Y en un mundo tan gris como el de Severus, las cosas de los extraños brillaban como estrellas, y él se cegaba con su resplandor, y corría para esconderse de la luz.

Como sucedió cuando Lucius le obsequió aquellos finos guantes de invierno. Él no estaba muy seguro de qué significaban, o para quiénes eran, hasta que la inquisidora mirada del pura sangre se cansó de buscar una reacción normal en el mestizo y explicó que le pertenecían a él.

Palabras que tardaron en ser procesadas por el pálido chico, que solo podía mirar ambos guantes, en silencio y sin mucho que agregar. Porque no estaba muy seguro sobre qué debía decir en ese momento y prefería callar, que ofender a su compañero de casa con una palabra fuera de lugar, pese a no tener ninguna en lo absoluto. Y Lucius parecía tranquilo con su silencio, aunque muy pocas veces parecía desfasado por algo en lo absoluto.

bleeding snake - severus snapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora