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Los merodeadores siguieron a Lucius en un silencio casi ceremonial. 

Era una sensación extraña, no sabía si había una manera de describir aquello que corría por sus cuerpos. James no podía apartar sus ojos del estigma que ahora llenaba de color su piel, las líneas que nacían en su mano y subían hasta donde su mirada ya no podía seguirlas. Rojas, como las leves heridas que algunas veces tenía en su cuerpo luego de un reñido partido de quidditch. Como una ramificación cuyo inicio no era muy claro, pero cuyos colores se dejaban ver con la misma intensidad que la sangre de Severus sobre las sábanas blancas de la enfermería.

No había duda alguna de que era una imagen extraña, mas que eso, era escalofriante. Como si sus venas se hubiesen teñido de la sangre que corría en su interior y esta empujase contra las paredes que la contenía. Pero a los ojos grises de Sirius, era como un relámpago al romper el cielo con su poder, como las líneas de luz que quebraban el cielo nocturno en una tormenta. Él podía sentir la electricidad correr por cada una de sus desviaciones y el latido que se unía al suyo como una danza. En su boca, podía morder sus mejillas y tener una probada de la sangre de Severus, que ahora se mezclaba con la suya y resultaba en una combinación agridulce, pero con notas aromáticas que le recordaban a un lugar en el que nunca había estado.

Remus se perdía en el latido. Para sus oídos, era una canción, la voz y los instrumentos de un sentimiento del que había escuchado hablar, pero del que poco sabía. Como algo que siempre se sintió lejano para él, ajeno a lo que conocía y a la persona que era en ese momento, pero que se sentía tan propio, familiar como algo que siempre le perteneció, pero que estuvo perdido y que hasta ese momento volvía a sus manos. Él apreciaba el silencio de Lucius y sus compañeros, porque le daba espacio al corazón de Severus de latir libremente en su cabeza, llenando el espacio con su música.

Lucius sentía una serenidad poco usual. Siendo un controlador por naturaleza, lo primero que vino a su cabeza en el momento en que Dumbledore expuso la situación ante ellos, fueron respuestas y soluciones. Él no consideraba a los demás en sus planes, él no escuchaba opiniones, tampoco aceptaba sugerencias, él solo creaba y perfeccionaba, y obligaba a los demás a acotar sus órdenes. No necesitaba saber si los demás estaban de acuerdo, o si creían que podían mejorar su plan, Lucius jamás se doblegaba ante nadie, pero ahora, solo lo haría para Severus. 

Una persona nacida en privilegio y riqueza, jamás miraría hacia el suelo y pensaría en lo difícil que debía ser la vida de las trabajadoras hormigas, que vivían para trabajar y morían para alimentar a los demás. Una persona que dormía entre pétalos de rosas y se bañaba en lujos, jamás miraría por su ventana en un día lluvioso y se preguntaría cuántas personas corrían bajo la lluvia buscando refugio. Porque no era su culpa que el mundo fuese injusto, tampoco era su culpa pertenecer a una casta privilegiada, la mala suerte de los demás era solo eso, ajena, jamás suya, ni de su interés. 

Hasta que sí lo fue, la primera vez en que conoció a Severus. Lucius solo sabía lo que era el cuidado por obligación, la responsabilidad que sentían sus sirvientes para con su persona, solo por eso, porque eran sus sirvientes, no porque existía una razón más profunda, o significativa. Sus manos detrás de guantes de seda jamás habían picado por cuidar, o arreglar, y sus ojos jamás se habían oscurecido con preocupación verdadera. Un corazón limpio de culpas ni responsabilidades, sin enseñanzas ni preocupaciones, no podía aprender a querer con suavidad, sino con violencia. 

Con dolor. Una sensación de incomodidad y ardor que crecía en su pecho cuando se escabullía en su habitación en silencio, y tenía un vistazo de lo que era la piel imperfecta y llena de cicatrices de Severus. El dolor de la preocupación. Una sensación de vacío y frialdad que llenaba sus huesos, cuando veía a su compañero de casa, llegar cada vez más delgado y desganado de su casa, luego de las vacaciones. El dolor de la desesperación. Una sensación dulce, un sabor agridulce en su paladar que sabía a sangre, cuando quería encerrarlo en una burbuja de cristal y llevarlo consigo en sus bolsillos a todas partes, asegurándose así que nada pudiese sucederle a la criatura más frágil que existía en su mundo. 

bleeding snake - severus snapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora