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Eran las seis de la tarde, Seungmin guardaba sus cosas en la mochila tan rápido como podía, ya que no quería llegar tarde al aeropuerto.

Nunca había sido muy fanático de las sorpresas, pero ese día quería ser el autor de una.

Se despidió de su madre con un beso y salió corriendo dirección al aeropuerto. Su casa estaba cerca, así que no necesitaba que nadie lo llevara.

Al llegar, Seungmin se percató de la cantidad de gente que había. Tanta que comenzó a agobiarse un poco. Respiró profundamente, e intentó olvidarse de todas aquellas personas que le rodeaban. No quería abandonar el lugar, quería dejar su miedo atrás por solo una vez en su vida.

Se puso los cascos que aislaban todo tipo de sonido, y esperó a que Christopher regresara, sentado en una silla de espera que no hacía más que aumentar su incomodidad.

La espera se hizo eterna. Pero valió la pena, puesto que de todo aquel puñado de gente, una cabellera pelinegra apareció de entre la multitud, sacándole una gran sonrisa a Seungmin.

Christopher, al ver al rubio allí sentado, sintió como el corazón aceleraba su pulso, devolviéndole la sonrisa desde lejos al instante.

Cuando la madre del pelinegro se dio cuenta de esto, agarró la maleta de su hijo y le permitió irse con él, haciendo que Christopher saliera corriendo a por los brazos del menor.

Seungmin se levantó, y dejó que Christopher lo envolviera, casi tirándolo al suelo de la fuerza con la que lo abrazó.

— ¿Qué haces aquí? — Le preguntó al rubio sin soltarlo.

— ¡Sorpresa! — Exclamó el chico, aún con la cabeza enterrada en el pecho del mayor.

— ¿Quién te ha traído?

— He venido solo.

La madre del pelinegro se acercó para decirle a su hijo que ya se iban a casa, permitiéndole así quedarse con Seungmin un rato más.

— ¿Quieres ir a algún sitio?

— Vamos a la playa — Respondió el menor, antes de darle la espalda a Christopher para comenzar a andar en dirección a la puerta de salida del edificio.

— ¡Espérame!

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Christopher ayudó al rubio a extender la manta sobre la arena, viendo como la luna se reflejaba en el agua y hacía de lámpara, iluminando la noche para ellos dos.

Seungmin se sentó sobre la manta y sacó de la mochila aquel peluche de beluga que perdió en el acuario.

— Anda, lo has traído.

— Si. Toma. — Dijo el menor, dejando el peluche en las manos al contrario.

— ¿Por qué me lo das?

— Quiero que te lo quedes por unas semanas, guárdalo debajo de tu almohada. Así tendrá tu olor. — Le ordenó, jugando con la arena en vez de mirarlo a los ojos.

Christopher comenzó a reír y no pudo evitar lanzarse sobre Seungmin para tumbarse junto a él.

— ¿Por eso me lo das?

— Si.

Seungmin, con los ojos puestos en los labios del pelinegro, acariciaba el peluche que Christopher tenía en sus manos, rozando levemente los dedos de este con los suyos.

— ¿Hay alguna novedad que me haya perdido? — Preguntó el pelinegro.

— Bueno... El agua del tanque de las tortugas se ha contaminado por una bacteria que accidentalmente se ha filtrado en ella. Las han trasladado a una piscina interior al acuario, y van a tardar bastante en arreglarlo. Por lo menos, ellas están vivas y no han sufrido muchos daños. Alguna ha quedado levemente herida pero n-no... — Seungmin no logró acabar, ya que, a medida que el rubio avanzaba con sus palabras, Christopher iba acercándose a su cara cada vez más, quedando a pocos centímetros de distancia antes de que Seungmin pudiera acabar con su explicación.

— ¿Por qué paras? — Le susurró el mayor.

— Esto...

Christopher repasó el labio inferior del rubio con el pulgar, acariciando este con cariño. Seungmin humedeció sus labios, haciendo que Christopher los soltara.

— Tus ojos brillan con la luz de la luna, se ven hermosos.

— ¿Me vas a besar?

Christopher, sin nada más que decir, unió por fin sus labios con los del menor, moviéndolos lentamente al compás del otro.

Seungmin, sorprendido pero encantado, correspondió el beso, intentando copiar los movimientos del pelinegro torpemente en su boca.

Al separarse por falta de aire, Christopher agarró dos mechones de pelo del chico y los apartó de sus ojos.

Seungmin estaba tan rojo como un volcán en erupción, relamiendo sus labios con vergüenza.

— Eres demasiado tierno.

El menor, al escuchar eso, se subió al regazo del otro y volvió a besarlo en los labios, haciendo sonreír a Christopher al instante.

— Esto te gusta, ¿eh? — Le susurró al contrario entre sus labios.

Seungmin frunció el ceño y se dejó caer sobre el pecho de Christopher, oliendo aquel perfume que tanto había estado extrañando.

Christopher, acariciando el cabello de Seungmin, se percató de algo. El chico había caído en un sueño profundo. Algo extraño para ser Kim Seungmin.

Después de un rato, Christopher decidió despertar a Seungmin e ir a casa junto a él. La casa del pelinegro estaba lejos, pero no le importaba andar de más. Contaba con energía para dar y regalar, después de pasar 10 horas en el avión, era lo mínimo que necesitaba para retomar fuerzas.

— Gracias por esto, pequeñajo — Dijo Christopher antes de dejar un pequeño beso en los labios del contrario.

— Gracias a ti...

Christopher sonrió. — Bueno, va, para adentro, tu madre estará preocupada.

Y con eso y un abrazo, Seungmin y Christopher se despidieron por fin.

Aquella tarde había sido algo corta, pero no dejaba de ser bonita

Ojalá todas las tardes fueran así.

¿Lo serían?

Seungmin ni siquiera sabía lo que sentía por Christopher. Solo se veía necesitado de sus labios y su perfume, sus brazos y su cariño. Pero, no sabía con certeza lo que eso significaba.

¿Como podría acabar algo así?

No es una pregunta fácil

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Beluga// ChanMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora