1. El encuentro.

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Aquella era una noche de luna llena donde su resplandor plateado iluminaba todo el paisaje con una luz etérea, creando sombras alargadas y dando vida a las formas más inesperadas e imprecisas, el viento susurraba entre los arboles del bosque, las ramas crujían y se balanceaban al ritmo de las melodías desconocidas de las hojas. Los sonidos adquirían una nueva dimensión y el ulular de un búho lejano parecía un eco que invitaba a lo desconocido y al misterio absoluto.

El mundo estaba como suspendido entre lo real y lo imaginario, lo conocido y lo desconocido, como si el velo entre los universos fuese más delgado. Tal vez por eso las vidas de Juliana y Valentina se cruzaron aun cuando era prohibido, sus destinos nunca debieron coincidir, porque venían de distintos abolengos y sus reglas jamás les permitirían vivir el intenso amor que descubrirían cuando sus miradas de hielo y fuego se enfrentaran.

En lo más profundo de la Europa del siglo XIX, las dos hermosas jóvenes, igual de confundidas y perdidas, se encontraron bajo el hechizo de la majestuosa y misteriosa luna que las bañaba con su enigmática luz. La menor, Juliana, huía de la fiesta organizada por su linaje para anunciar el compromiso de su hermana mayor de apenas 17 años. La mayor, Valentina, escapaba del aburrimiento absurdo de su aristócrata familia llena de reglas y exigencias que no comulgaban con su forma de ver la vida. Corrían a campo abierto por el bosque en busca de aire, ajenas a los peligros de la noche, con la única esperanza de que sus pasos las llevaran a otro lugar y las alejaran de todo lo que las rodeaba y de esa sensación de no sentirse cómodas en su propia piel. Cuando sus pulmones no pudieron más, se detuvieron y la respiración de ambas las delato frente a la otra. Desde el momento en que sus miradas se cruzaron, sintieron una conexión instantánea, como si sus almas estuvieran destinadas a encontrarse.

Juliana, con su cabello oscuro como la medianoche y ojos centelleantes como las estrellas, cautivó el corazón de Valentina, una joven de espíritu libre y pasión desenfrenada que distaba mucho de su casta. El silencio invadió a ambas, tal vez por la sorpresa o tal vez simplemente por aquella sensación tan extraña de haberse visto en otra vida, se acercaron con cierto sigilo sin dejar de mirarse a los ojos.

- No sabía que los ángeles se aparecían a los gitanos en el bosque – Juliana fue la primera en hablar haciendo sonreír a la joven - ¿Quién eres? – la curiosidad se manifestaba en su voz. Había visto muchas mujeres hermosas, pero ninguna como ella, con su pelo castaño y sus ojos parecidos al mar profundo que describían en los libros que leía desde pequeña, pero que aún no conocía en persona.

- Un ser muy afortunado que acaba de cruzarse con el amor de su vida – respondió sin más - ¿Quién eres tú? – dijo absorta en el magnetismo de aquella mirada marrón.

- Una simple gitana que va de paso – contestó.

- ¿Y hablas español? – preguntó con curiosidad.

- ¿Por qué no lo haría? – comentó con cierta curiosidad.

- Dicen que los de tu raza hablan otro idioma, tienen otras creencias y acostumbres – explicó – No has respondido a mi pregunta, ¿Quién eres?

- Yo pregunté primero – refutó - ¿Qué haces en el bosque a estas horas?

- Valentina Carvajal, hija del duque de Saravia – se presentó – Y supongo que hago aquí lo mismo que tú, huir...

- No haces honor a tu nombre entonces – negó con calma – Juliana Valdés, hija de Amenábar, el patriarca de mi pueblo.

- Eres hermosa Juliana y en respuesta a tu pregunta, es difícil ser valiente cuando no tienes los motivos correctos... pero por ti si lo sería. Una sonrisa tuya y me enfrento al mundo entero si me lo pides – el salto en el corazón de la joven fue un indicio muy claro de los sentimientos que se apoderarían de su ser.

Pacto de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora