7. Incertidumbre

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La primera en llegar a la cima de la montaña, por milésimas de segundos, fue Valentina que la espero recostada en un pino con aires de grandeza y una enorme sonrisa dibujada en el rostro. La ojiazul nunca se sintió de aquella manera, feliz y completa, acompañada por alguien especial y que tenía todas las fichas para ser importante en su existencia. Juliana era un rayo de luz en su oscuridad, brisa fresca que espantaba los miedos y la pesadez de su condena a la soledad eterna, una esperanza de quien había perdido todo y ahora sentía que podía recuperarlo. El cosquilleo de su cuerpo no era otra cosa que el reconocimiento de un amor que por muchos años se mantuvo dormido, incapaz de rendirse, y que al tenerla justo en frente tocaba a las puertas de la poca porción de alma que aún conservaba.

- ¡Hiciste trampa! – se quejó sonriente la pelinegra.

- Por supuesto que no – se defendió sonriente – Solo soy más rápida, gané en ley – se sonrieron mutuamente y Valentina le ofreció su mano - ¡Bienvenida al bar! – ella se sonrió y huyó su mirada unos instantes.

- ¿Siempre consigues lo que quieres? – preguntó con la vista anclada al suelo.

- Solo si vale la pena – contestó con media sonrisa y ella estrechó su mano con fuerza. En ese instante volvió la misma descarga de energía de la primera vez en que se encontraron, esa sensación de hormigueo en sus respectivas cicatrices que ninguna de las dos entendía ni se atrevía a preguntar pues la respuesta a lo mejor era mucho para asimilar en tan poco tiempo.

- Es un cumplido para mí, gracias – se miraban fijamente – Tus ojos son un hermoso cofre lleno de secretos e historias, pagaría por leerlos.

- ¿Puedes hacer eso? – ella asintió.

- Con todos menos contigo, puedo leer los pensamientos, conocer el pasado y predecir el futuro de cualquier criatura a través de sus ojos – explicó – Es el don que trajo consigo la inmortalidad.

- Debe ser muy interesante poseer ese poder – comentó sintiendo alivio de saber a salvo las ganas locas que habitan en ella por besar aquellos delicados labios de la hermosa pelinegra.

- ¿Y tú tienes alguno? He escuchado que todos los de nuestra especie tenemos uno, pero no sé si es cierto – la más alta asintió.

- Aparte de ser muy rápida – bromeó – Puedo manipular la mente, provocar dolor o aliviarlo, alterar las emociones y sensaciones en los demás, mucha fuerza, tal vez demasiada para mi gusto – hizo una pausa breve y continuó - Y caminar bajo la luz de día – la morena se sorprendió y se evidenció en su rostro de inmediato.

- intuía que eres especial, pero no imaginé que tanto ¿En serio? – Valentina asintió – He leído miles de libros sobre nosotros y nunca se ha podido comprobar que eso sea posible, se supone que somos criaturas condenadas a vivir en las sombras porque el creador de nuestra especie se atrevió a transgredir los limites de la fuente de la vida eterna – la ojiazul dudó si contarle o no su secreto, así que prefirió guárdalo hasta estar segura de sus intenciones.

- Algún día te lo contaré, prometo – respondió.

- Yo nunca he podido ver el amanecer, bueno, imagino que mientras fui humana lo hice muchas veces – su voz denotaba nostalgia y cierto dolor – Debe ser muy hermoso, quiero decir, la luna y sus misterios es maravillosa, pero el sol tiene una luz y encanto únicos según lo que he leído y visto en la tele a lo largo de los años – sonrió levemente.

- Es muy lindo, su luz hace que todo sea más hermoso – confirmó la chica frente a ella – Es un espectáculo ver el sol ascender y sus rayos cálidos envolviendo todo a su paso, como se tiñe la naturaleza de su fuerza y toma los tonos más bonitos bajo su influencia – Juliana imaginaba sus palabras y sonreía levemente – No en vano su magia y resplandor has inspirado miles de poemas e historias de amor.

Pacto de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora