4 - Sicomoro

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Dylan tenía razón, no había nadie en aquella casa, todo estaba en completo silencio. Finn se había quedado dormido durante el trayecto, pero consiguieron bajarlo y hacerlo caminar a paso lento al mismo tiempo que cabeceaba. Will tuvo que sostenerlo mientras Dylan buscaba sus llaves y abría.

—Eres mi mejor amigo —escuchó que le dijo Finn entre balbuceos. No lo miraba, solo tenía recargada su cabeza al hombro de Will, con evidentes ganas de dormir—. Gracias por serlo.

Secretamente conmovido, Will palmeó la espalda de su amigo y lo ayudó a entrar luego de que Dylan encendiera una lámpara en el interior. Entre ambos lo ayudaron a subir las escaleras y terminaron por tumbarlo en su cama, justo cuando era por completo peso muerto.

Finn no se movió, había quedado en diagonal sobre el colchón y con los brazos extendidos.

—Está noqueado —resopló Will, asombrado. Era la primera vez que presenciaba a Finn ebrio. Lo cual seguía siendo extraño. Su amigo nunca había sido el más entusiasmado por las fiestas, y el alcohol jamás le había interesado ni minusculamente—. Creo que mejor pediré un taxi.

—¿Por qué?

—¿No lo ves? No creo que Finn se mueva un centímetro hasta mañana. Y no tengo ganas de pelear sábana o espacio con alguien borracho. Y la resaca lo pondrá de mal humor mañana, seguro. No, no. Mejor pido un taxi.

Will ya estaba sacando su teléfono del bolsillo, pero Dylan le dio una palmadita en el brazo e hizo un movimiento de cabeza para pedirle ir afuera, tal vez para dejar dormir a su hermano sin hacer ruido. Aunque era probable que Finn no los escuchara incluso aunque usaran megáfono. Era una piedra.

Aun así, Will salió de la recámara junto con Dylan y, ya en el pasillo, el otro chico suspiró.

—No tienes que irte, ya es muy tarde. Puedes dormir en mi habitación, descuida.

Will no se movió ni un poquito.

—¿Eh? —No estaba seguro de haber escuchado bien.

Pero Dylan señaló hacía la puerta que estaba del otro lado del corredor, a unos metros tan solo. Se veía tan tranquilo y relajado, pero principalmente amable.

Will quería darle un tiro.

—Tranquilo, entra. Iré a cerrar bien la reja de la entrada mientras tanto. De verdad, Finn me asesinaría si dejo que te vayas a esta hora. Ve y descansa. —Dylan no le dio tiempo ni de procesar sus palabras. Se dio la vuelta hacia las escaleras y se fue sin que Will pudiera avisarle a su cerebro que debía dar una respuesta.

Reaccionó segundos después. Parpadeó veloz, pero se dio la vuelta para mirar la puerta de madera de aquella habitación. Estaba debatiéndose internamente si entrar o irse de aquella casa, pero había algo que le impedía marcharse.

Su orgullo.

No quería que Dylan creyera que lo ponía nervioso, o que lo inquietaba la idea de dormir en su habitación. Dentro de su cama. Cubierto con sus sábanas. No le daría ese poder.

Si Dylan actuaba relajado, él haría lo mismo. Incluso aunque se le estuviera revolviendo el estómago y sus manos le sudaran más que la propia frente.

No esperó más y fue hasta la habitación que estaba al fondo del pasillo. Abrió casi como si se tratara de una película de terror y al otro lado lo esperara Annabelle. Pero no encontró ninguna muñeca diabólica adentro, solo una habitación que logró apreciar mejor cuando encendió una lámpara cercana.

Al menos la cama era enorme, mucho más grande que la de Finn. Se veía cómoda. Puntos extras.

Sin embargo, era curioso que no hubiese demasiados objetos personales, parecía más una habitación de hotel. Una lujosa, pero genérica. Lo único que delataba que era de ese chico era una fotografía sobre la mesita junto a la cama. Era una foto de Dylan y de Finn, de cuando eran más pequeños, y al parecer los habían llevado a la playa porque ambos estaban mojados y envueltos en una toalla azul con estampado de caracoles.

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