Prólogo

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Desde la ventana de la habitación podía ver el patio donde su hijo jugaba con la niña de cabello oscuro. Ambos se mecían en los columpios mientras reían tan fuerte que, a pesar de la lejanía, sus vocecitas se escuchaban con total claridad. Pese a saber que estaban a salvo era inevitable espiar cada cinco minutos para verificar. Así que ahí estaba otra vez, jugueteando con el dije de corazón de su collar mientras observaba el juego de los pequeños.

—Amelia —la llamó la mujer recostada en la cama, detrás de ella—. Sigo sintiéndola entumecida.

La enfermera volvió hacia donde la otra mujer se quejaba. No era para menos, había sufrido una operación en el tobillo debido a una pequeña fisura y ahora estaba pasando su recuperación en cama, incapaz de poder hacer uso de su pierna izquierda a causa de la placa que le pusieron para su recuperación. Iba a estar en la misma situación durante dos meses más, y para ese punto ya no toleraba los dolores en su pie, o el entumecimiento que se generaba en su músculo a causa de su inmovilidad.

Amelia, quien había sido contratada para asistirla particularmente durante su recuperación, ya estaba comenzando a acostumbrarse al umbral de dolor de la mujer y a su hartazgo por estar en cama la mayor parte del día.

—¿Me permite? —le pidió Amelia mientras le inmovilizaba suavemente la pierna y comenzaba a darle un masaje—. Señora, no debe moverla mucho o el dolor será mayor.

—No soporto estar en cama. Prefiero estar en la silla de ruedas, así al menos puedo trabajar y distraerme.

Amelia siguió masajeando sin decir más. Intentar hacerla entrar en razón pidiéndole que descansara era imposible.

La señora Reed era abogada igual que su esposo. De temperamento complicado, aunque no del todo desagradable. Contrario a su marido, ella parecía ser un poco más cordial cuando se lo proponía.

Y como si lo hubiese llamado con el pensamiento, el hombre de porte sobrio y duro apareció en la entrada de la habitación. Se recargó en el marco de la puerta mientras observaba inexpresivamente hacia donde estaba su esposa, silencioso. La señora Reed lo miró, pero únicamente suspiró profundo y cerró los ojos, como si descansar mientras tomaba el masaje fuera una mejor decisión que enfrentar la presencia de su marido.

—Buen día, señor —saludó Amelia cortésmente.

Incluso aunque parecía que el hombre estaba molesto, la saludó con un movimiento de cabeza educado y un escueto:

—Buen día.

Amelia no conocía bien a esa pareja. Llevaba solamente dos semanas trabajando con ellos, pero ya comprendía un poco la dinámica familiar. Los dos eran de carácter frío, pero al menos la señora Reed lograba ser más discreta.

El señor no. Era claro que aquel hombre era incapaz de ocultar sus emociones. Siempre parecía estar lidiando con algún juicio donde tenía que ser agresivo de antemano. De todos los días que Amelia llevaba trabajando en esa casa solo vio a ese hombre sonreír una vez, y fue con su pequeña hija Marlon.

La pequeña tenía solo cinco años de edad, igual que Aris, el hijo de Amelia. Ambos niños se volvieron inseparables desde el primer día, por eso la señora Reed le pidió que lo siguiera llevando, ya que aseguraba que Marlon solía sentirse muy sola en casa.

A Amelia le resultó curiosa la idea de que la pequeña se sintiera sola, dado que los Reed tenían otro hijo tan solo un año mayor que la niña.

Kyler era un pequeño muy amable y educado, así que no comprendía bien por qué era tan retraído y distante con su hermana. Pasaba mucho tiempo observando desde la ventana a Aris y a Marlon jugar, tal como Amelia también solía hacerlo. Pero muy rara vez lo veía acercarse para unirse a ellos.

No era quién para asegurar la cantidad de amor que un padre podía tener o no hacía un hijo, pero, cuando estaba en esa casa sentía una punzada de tristeza al ver cómo el señor Reed podía sonreír y consentir a su niña, y al pequeño Kyler lo dejaba de lado igual que a su esposa. Era una situación extraña, y su recelo con aquel hombre era tan grande que incluso se cuestionaba si la lesión de la señora Reed había sido realmente un accidente.

—¡Mami! —se escuchó un gritito provenir del pasillo. A los pocos segundos la niña de cabello negro entró por la puerta, pasando de largo a su papá y llegando al lado de la mujer. Se veía inquieta—. ¡Aris tiene sangre en la boca!

Amelia se puso de pie de inmediato y la señora Reed se irguió, alarmada y frustrada al saberse incapaz de salir de la cama con facilidad.

—Ve, Amelia —le dijo, pero no era necesario, ella ya estaba avanzando hacia afuera justo cuando el señor Reed se detuvo a unos pasos.

Por el pasillo venía caminando Aris junto a Kyler. El más pequeño tenía un poco de sangre escurriéndole del labio, pero no estaba llorando. Pese a que sus ojos sí brillaban sutilmente, estaba tranquilo y sujetando algo dentro de su pequeño puño.

Amelia dio pasos largos para llegar hasta donde estaba su hijo. Se agachó frente a él y le acarició la cabeza con cariño. Aris la miró y, con una sonrisa débil, le extendió su manita para mostrarle algo manchado de rojo.

—Mi diente, mami —le dijo.

Amelia suspiró aliviada y le sonrió de vuelta.

—Descuida, mi amor. Crecerá uno nuevo pronto.

Pese a que ni Aris ni Amelia estaban alarmados o asustados, se escuchó la voz severa del señor Reed detrás de ellos.

—Kyler —dijo el hombre, como una reprimenda—. Ve a tu habitación, enseguida hablo contigo.

El niño de cabello oscuro se paralizado ante la voz de su padre por unos segundos pero enseguida miró a Aris con una leve tristeza dibujada en su rostro y, sin decir nada más, bajó la cabeza y se marchó.

Amelia miró al hombre.

—Señor —le dijo—. Descuide, fue un accidente.

Él curvó la ceja con el semblante duro.

—En esta casa, Amelia, los accidentes no existen.

Luego de decir eso, el hombre se marchó con dirección a donde su hijo se había ido antes. Aquello le supo amargo en la boca a la mujer.

—Cariño —le dijo a su hijo, devolviendo su atención hacia él y acariciándole la suave cabellera castaña—. ¿Cómo se te cayó el diente?

El niño ya no tenía intenciones de llorar, solo miraba con curiosidad el diente en su mano, tal como quien admira en objeto extraño e intrigante.

—Se cayó solito mientras me reía. Casi me lo trago, mami. Pero lo escupí antes.

Amelia sonrió y lo abrazó.

Era extraño sentir aquello. Por un lado, estaba feliz de que su hijo tuviese al fin una amiga, porque en su escuela nunca había podido involucrarse con más niños. Sin embargo, el ambiente con el señor Reed en casa era pesado.

De no ser porque la señora Reed le pedía que permitiera que Aris pasara tiempo con sus hijos, ella simplemente dejaría a Aris con su hermano y su cuñada, que eran muy buenos con él.

Quería proteger a su hijo de ese ambiente, pero, ¿quién protegía de ese hogar a los niños que vivían ahí?

La familia Reed tenía una muy buena posición económica, pero incluso aunque a simple vista parecía que a sus hijos les daban todo, Amelia comenzaba a sospechar que les faltaba lo más importante. Principalmente a uno de ellos.

Tal vez debía de pensar muy bien cómo hacer para que aquella situación funcionara para los tres pequeños, porque Amelia tampoco tenía intenciones de dejar solos a los niños Reed.

Boyfriend MaterialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora