Podía sentir sus músculos bajo las palmas de mis manos, me agarraba con fuerza a su cintura mientras él adelantaba a los coches con facilidad, maniobraba con seguridad y parecía disfrutar del corto viaje como un niño. El maldito estaba para comérselo y yo trataba de pensar en otra cosa distinta mientras me mordía los labios intentando no imaginármelo sin camiseta. Todas mis células estaban protestando, hacía mucho tiempo que no intimaba con nadie y mis últimas citas de Tinder habían sido un desastre.
Peligro...
No tenía miedo a que se me caducaran los óvulos o lo que venía a ser lo mismo: "que se me pasara el arroz". Lo de ser madre nunca había sido una prioridad para mí.
Estaba más pendiente de otras cosas.
Quería triunfar en lo mío, ser independiente, tener una vida propia, depender solo de mi propio esfuerzo y cosechar el beneficio final ¿Acaso era pedir demasiado?
Yo creía en la igualdad de oportunidades y tampoco me importaba el género u orientación sexual de mis empleados. Me preocupaba que fuera un buen equipo y que hubiera un buen ambiente laboral. Me daban igual sus vidas personales, mientras cumplieran con sus trabajos de manera eficiente y fueran buenas personas. Lo demás, sólo formaba parte del increíble y maravilloso caleidoscopio de la naturaleza de la afectividad humana. Que no era ni blanca, ni negra, sólo un increíble cuadro pictórico de colores con el que nacíamos.
Así era mi visión de las cosas.
Sin embargo, algo no me cuadraba con Jack.
Desde que lo conocía siempre había vestido de negro y tenía aquel aspecto de ángel caído que me sobrecogía e inquietaba. Si tuviera que definirle por un color, sería precisamente la ausencia de este lo que más se le ajustaba.
Jack tenía aquella virtud extraña que hacía que sintiera curiosidad y a la vez rechazo. Y si lo pensaba bien, tenía miedo de lo que pudiera encontrarme si hurgaba más profundamente. Además, era el hermano de mi ex y...bueno, podría resultar cuanto menos, raro.
Me había dicho que se quedaba por unos días en casa de un amigo suyo que también residía en la cuidad y que también le gustaban la luz y el mar.
—¿Surfeas?—Me preguntó.
—Aquí es imposible.— Dije riendo.— El mar Mediterráneo a penas tiene oleaje.
—Aunque no lo creas, aquí también es posible hacer algo, aunque hay que tener cuidado con el mar de fondo que es bastante peligroso. Pero lo disfrutamos...y mucho. Mi padre nos enseñó a Chris y a mí a surfear cuando vivíamos en California. Fueron buenos tiempos aquellos, antes de venirnos a vivir a España.
Noté que el tono de su voz había cambiado.
—¿El cambio no te gustó?—pregunté por curiosidad.
Pero Jack no respondió directamente a la pregunta. Se movía con seguridad por la carretera y me confesó que había tenido una novia en Barcelona poco después de mi ruptura con su hermano.
ESTÁS LEYENDO
No me llames en septiembre
ChickLitMe llamo Emily Carrera y soy una persona meticulosa. Me gusta el orden. Siempre he sabido que iba a tener mi propio negocio. Lo que me pone enferma es tener que organizar la boda de mi exnovio. La casualidad ha llamado finalmente a mi puerta gracia...